domingo, 3 de junio de 2012

Pensar lo contemporáneo.


Leía alguna vez sobre las ideas de los universos paralelos en la física cuántica y creo que es el paradigma perfecto para entender la eventualidad de la ilustración, de hecho es una definición exacta. Saber que existen universos paralelos y simultáneos que coexisten en el mismo espacio-tiempo y que solamente se ven desplegados por un observador desplegando sus posibilidades (esto es un poema ontológico que solo la física puede engendrar), es confirmar el concepto que se tiene en nuestros días de que en el libro ilustrado y la ilustración, con sus diferentes códigos yuxtapuestos, pueden leerse múltiples significados, pero que además éstos se despliegan simultáneamente y solo a través de un observador-lector. Los paralelos simultáneos que esperan en una sola hoja convertidos en libro.

Es así, la poesía se deja observar en cualquier lugar donde el universo emane vida y viene como bocanada de aire fresco. Esta hendidura generosa es directamente el abismo del que surgimos sin memoria y que nos devuelve un poco de lo que somos a la vez que nos vamos sumergiendo hasta volvernos a perder. Sin embargo más allá de esta fascinación mística, estos paradigmas terminan por provocarnos la pregunta básica y profunda de lo que somos y sobre el tiempo en que vivimos. Es pensar y observarse: lo contemporáneo.

En nuestros días la “cultura material” junto con sus modelos de producción y sus crisis, han terminado por anquilosar nuestro ocurrir, incluyendo lo que pensamos sobre la ilustración. De ahí la importancia de volvernos a observar en la dimensión de nuestra época para reencontrar el eje perdido y tratar de retomar esa trama significativa que nos aleje del extravío en la conglomeración actual.

Existen múltiples usos y definiciones de la ilustración, pero independientemente de cada postura, el cuestionamiento existencial de dónde estamos parados, nos obliga a evaluar cada suceso frente a lo que cada quien crea que realmente es el sentido de nuestro quehacer.
Sea tal vez la reflexión sobre lo contemporáneo, el pensamiento que nos asuma en nuestra condición fundamental para retomar rumbo, recuperarnos del amasijo de lo que ha venido siendo. La idea sería ganar gravedad, peso, alejarse de esta liviandad, y qué mejor que los ejemplos poéticos de la ciencia.

La cercanía con otros ámbitos del conocimiento es una forma de hender la conglomeración de lo establecido, permitiéndonos esa perspectiva tan necesaria y vital que es la respiración. Por eso la referencia sobre la física cuántica y los universos paralelos, porque ese saber de la ciencia que devela la mecánica de la poética del universo, nos entrega la posibilidad de estructurar, en el propio reflejo del pensamiento lo que consideremos pueda ser la dirección.
Particularmente la física es un modelo que ha germinado maravillosamente el acto creador, recordemos esa puerta que fue la física cuántica con el cubismo. Es así, el gran espíritu del conocimiento que interpreta y genera siempre, ha sido un vórtice generoso.
Así pues, las circunstancias actuales en las que operan las imágenes ya no es solamente una percepción ideal o lírica. Se trata de un hecho real, concreto, cierto, las imágenes son universos de posibilidades simultáneas, en espera de ser leídas.
Entonces vendrían las preguntas, ¿Cómo nos relacionamos con nuestra obra?,  ¿la entendemos por asomo? o ¿sencillamente nos escudamos en lo llamado “artístico”?  ¿Cuántos códigos hemos abandonado en nuestro trabajo?, ¿Cuantos universos contenidos en la imagen hemos extraviado a la suerte?.  Ahí la urgente necesidad de acceder a esa extensión que es mirar lo que nos rodea.
Porque hablar de contemporáneo, es hablar del espacio que nos permite observarnos en distancia, lejanos pero pertenecientes a nuestro tiempo, es la propia percepción que asume lo que observa y es la forma de encontrar rumbo. Ahí es donde hay que pisar. Tantos modelos editoriales que vemos y que habría que replantear al menos para saber por dónde ir o hacia dónde dirigirnos como creadores.
Bien, pues esta es la exigencia que el ilustrador debe cumplir, ya no intuir; debe comprender y asumir la propia época, no es ya una propuesta opcional, es un requerimiento básico. Así, con esta determinación, tenemos la lógica clara de entender que en nuestros días, la ilustración debe ser un lenguaje contemporáneo que llene y ocupe estos paralelos.

Tenemos ejemplos muy claros que se mueven contundentemente desde hace tiempo, que no es que sigan sobre la misma línea, aunque tampoco la abandonan, sino que construyen y aprovechan sobre esta simultaneidad, que dicen que esta condición es una forma de ser contemporáneo, que requiere y ocupa nuevas relaciones. Es esa articulación lo contemporáneo, lo que nos mantiene en el desfase de la percepción (tal vez la condena a la que se refería Rene Girard).  No es solo suceder en nuestros días, es más bien balancearse trágicamente entre la separación y la pertenencia. Por supuesto un ejemplo claro es el libro álbum, aunque también están otros ejemplos artísticos contemporáneos como las instalaciones, los performances, las intervenciones u otros ejemplos creativos, y por supuesto toda obra artística.
Esto nos encara lo que en un principio la intuición asomaba, que los lectores-espectadores, son los que validan una de las tantas posibilidades que puede tener la lectura que escribimos, con lo cual debemos conocer por completo estas estructuras. Claro, siempre dentro de un ámbito distinguible, no es que se hable del natural ejemplo de que todo en este mundo se puede leer y por ese malentendido poner cualquier estupidez; claro, se puede leer, pero lo que nosotros debemos ubicar es el artificio de la creación, la escritura de nuestra propia mirada. Por tal, hablamos del compromiso para asumir el discurso como posicionamiento ante nuestro propio tiempo. Cuál es la idea de la ilustración sino comunicarse expansiva y poliédricamente desde un lugar, eso es la cercanía que nos lleva a lo contemporáneo.
Borges usa una definición perfecta: dice del arte prisma, a diferencia del arte espejo que solo refleja una realidad, que éste desdobla la luz en haces de diferentes colores generando otras luces que puedan desdoblarse en otras tantas, “es como si ante sus ojos fuese surgiendo auroralmente el mundo.” Uno activo y otro pasivo. Así es la ilustración contemporánea, un lenguaje prisma que ilumina mundos y que colorea a otros. Así se necesita que perciba el creador al mundo contemporáneo.
En nuestros días ya no es suficiente con representar información o espejear la realidad, una escalera-una escalera, un árbol-un árbol, un niño-un niño: estas son solo condenas y desgastes absurdos a la palabra y a la imagen, la sinrazón de nuestro trabajo y con ello el libro mismo.
Creo que la ilustración debe pensarse como un lenguaje profundo, polisémico, pero principalmente debe ubicarse. ¿Por qué?, ¿para qué?, a mi entender, en esta época donde se producen miles y miles de libros ilustrados, se arrumba gran parte de la producción editorial a la mera idea de “producto”, olvidando ese valor ontológico que tiene por naturaleza, además nos hemos poblado de tantas imágenes, que es fácil confundir la imagen que informa con la imagen que medita abundando cada vez más lo estrambótico. La ilustración, es cierto, ha perdido ética y sostén, es hora de retomar su idea primaria como escritura humana, con lo cual el creador de imágenes ya no solo será el realizador de estilos, o de virtuosas técnicas impolutas desplegando pincel, ya ni qué decir de los copiadores de copias copiadas y modas pasajeras, sino que sea en definitiva un verdadero espacio discursivo de nuestro suceder como posibilidad siempre a desplegarse. La idea del gancho visual, de la ilustración “bonita” es insuficiente un estado endémico que debemos abandonar y  que responde más a nuestro tiempo, que no a lo contemporáneo.


Los compromisos deben conformar a un nuevo tipo de ilustrador, aquél que no solamente erija desde la estética, sino que además construya desde un fundamento y reconozca el espacio de la ilustración como ese vórtice incesante que es. La idea es aceptar esta oportunidad de ser un vaso comunicante.
Sí, contraer el compromiso universal como “generadores de contenidos” (dicho con exactitud por Ajubel), contenidos surgidos de esa grieta que es nuestra mirada, que pesar de que, y justamente, nuestra persistencia en nuestra mirada nos separa, también es nuestra mirada y la forma en que miramos al mundo lo que nos une y nos permite pisar ese espacio sagrado que es la creación. Es esa bisagra inventada entre lo separado que estamos y la pertenencia inherente de nuestro tiempo lo contemporáneo del ilustrador.
Así la simultaneidad de mensajes, que profundiza, que construye el juego de las puertas infinitas convergidas en una sola a la espera de abrirse por la lectura, nos permitirá discurrir desde esa orilla que es el juego de la ilustración con peso humano.
No hay más, el ilustrador debe pensar lo contemporáneo y debe generarse. Debe asumirse en esa fractura eterna que lo orilla a la lejanía, porque justamente ese compromiso es la primera piedra que le acerca, a lo que le tenga que acercar. La lejanía y la pertenencia sobre el propio tiempo y sus formas, la hendidura que nos dice: “debajo estoy yo”. La idea del ilustrador contemporáneo.