Un árbol no existe, solo vemos
lo que queda, esa corteza del aire que la savia empuja para alzarse: el trazo
de una elevación. Así nosotros, somos ese rastro que va quedando. Tal vez el alma,
como el agua, siempre tiene el anhelo por regresar al cielo; como si se pudiera
volver a ese primer estado. Si es que es así, el árbol y el acto creativos son
una ilusión que nos permiten ver rastros de ello. Pero en la espléndida
exuberancia del árbol queda la madera, y entonces decimos árbol, como decimos:
un dibujo, una línea. Cúmulos de arterias palpitando que quedan de la ilusión,
dos enjambres enlazados por nuestra verticalidad, uno escarbando la oscuridad y
otro escarbando la luz.
sábado, 26 de septiembre de 2015
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