sábado, 26 de septiembre de 2015

PRE-TEXTOS DE CREACION I


  

Un árbol no existe, solo vemos lo que queda, esa corteza del aire que la savia empuja para alzarse: el trazo de una elevación. Así nosotros, somos ese rastro que va quedando. Tal vez el alma, como el agua, siempre tiene el anhelo por regresar al cielo; como si se pudiera volver a ese primer estado. Si es que es así, el árbol y el acto creativos son una ilusión que nos permiten ver rastros de ello. Pero en la espléndida exuberancia del árbol queda la madera, y entonces decimos árbol, como decimos: un dibujo, una línea. Cúmulos de arterias palpitando que quedan de la ilusión, dos enjambres enlazados por nuestra verticalidad, uno escarbando la oscuridad y otro escarbando la luz.




viernes, 6 de marzo de 2015

AQUÍ Y AHORA

Han pasado los días. Me he alejado.
Pero el andar, aunque sea alejándose, ¿no es una forma de acercarse?  Recuerdo esa idea que leía hace mucho en el prólogo de "así hablaba Zaratustra", no recuerdo de quién era, tenía 14 años (tenía más estupidez que hormonas)  ... El hombre dirigiéndose hacia el horizonte, en busca de si mismo, sigue, anda, camina; busca su forma. Pero entre más avanza, más se aleja. Y más allá del horizonte, pierde su forma, se vuelve una mancha. Se desdibuja.
¡Claro!  ir hacia allá, es desdibujarse y perder esa idea de lo humano. Pero me pregunto. ¿qué es lo humano?

Ojalá me quede esa pregunta si sigo aquí.


"PRE-TEXTOS DE CREACIÓN"

ahí me quedo.

Y dijeron que el mundo se terminaba!
(Fué así)

jueves, 24 de abril de 2014

LA BALSA DE LA ILUSTRACIÓN

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“Un modo muy antiguo de meditarse en lo que uno hace”
H. Michaux.

¿qué nos sostiene haciendo ilustración?
La verdad es que son muchas la ideas. Todas válidas por supuesto. Expongo una.

En el año de 1816, una embarcación llamada  “Medusa” arroja a un grupo de personas al naufragio. Construyen una balsa con los restos que disponen y emprenden el viaje sin idea alguna de qué sucederá. Desean tierra firme. Son personas que navegan sobre un oscuro e incierto mar. Algunos se perderán y otros llegarán. Aquellos que arribaron, tenían otra balsa que los sostenía: el espíritu

De inicio empezamos siempre así, abandonados y con solo deseos. Sin saber hacia dónde ir o qué hacer de nuestro trabajo. Ilustradores al completo garete.
¿viviré de esto?, ¿cómo hacer para no perderme?, ¿cómo seguir?, ¿vendrá la inspiración? Siempre empujados, cuestionados de todo, orillados, con poca paga, angustiados, estresados, avasallados. Un ilustrador siempre se forma con la frustración y con lo que no es. Sin embargo quedan las preguntas más complejas por responder: ¿qué hago haciendo ilustración?, ¿Por qué ilustro?, ¿Para qué?
Cómo afrontar estos asuntos teniendo en frente cuestiones elementales que resolver como la subsistencia. Yo propongo recuperar el espíritu y reflexionar sobre él, ya que de alguna manera, con o sin la ilustración hemos sabido resolver las más inmediatas . Construirse una almadía y tirarse al mar. También confiar, confiar ciegamente.

La importancia de asumir nuestra labor de otro modo, para sujetarnos de ello y no depender solamente de las pagas que siempre serán insuficientes. Percatarnos que “construir ilustraciones” tiene un valor por sí mismo y no solo es un medio para ganarnos la vida. Es posibilitarnos desde lo humano y sostenernos frente a tanta estrechez. Es intentar ser uno con lo que hace. Metafísica de la ilustración.

John Berger plantea al dibujo como acto de reconstitución. Aquello que es observado para dibujarlo, se fragmenta con la mirada, solo para volverse a reconstituir en la hoja en blanco. Más allá del dibujo que surja, queda en nosotros (debe quedarse) la revelación del suceso que nos muestra algo que desconocíamos: ese conocimiento que proviene del desconocimiento del que hablaba Chillida. Un valor metafísico. Así la ilustración dejará mundos para ver, para andar, pero en nosotros quedará la otra impronta invisible que es la reflexión, el pensamiento y lo que nos hizo ver esa revelación. Una retribución metafísica para comprendernos en cada ilustración.

Trabajando ya algunos años con esta idea, he encontrado que erigir desde la mirada y la postura, posibilita esta experiencia. Si no existe el mundo y todo es como lo percibimos, el espacio de creación y goce es tan voluptuoso y suficiente que nos permite contrapesar cualquier pobreza.

Así, a través de nuestra mirada, en el ejercicio de ilustrar, el trazo reedificar el mundo: no habiendo ni existiendo nada, todo debe ser inventado. Aquí empieza nuestro dominio.

Sin embargo la pregunta es ¿con qué peso inventamos todo?. Más preguntas nos embisten: ¿qué es esta forma?, ¿qué es una escalera?, ¿qué es este color?, ¿y esta materia?, ¿ahora densa y ahora transparente?, ¿qué es un lobo?, ?¿Qué es un niño de madera con nariz enorme?, ¿qué es la fantasía?, ¿qué es un abismo?, ¿quién carajo soy yo?

claro!, uno a este momento podría preguntarse: ¿Acaso todo esto es un discurso innecesariamente metafísico, para consolarnos? Yo digo no, innecesario no, todo lo contrario: imprescindiblemente metafísico. Porque el desamparo es real y la primera idea de la creación es aliviarnos un poco. Decía Debussy, el arte es una de las más bellas mentiras.

Pienso y propongo entonces armar una balsa, hacer que la ilustración se erija desde otros lugares, además de los de siempre y necesarios usos, que tenga otros soportes humanos para nuestro alivio. Encontrar en nuestro trabajo una “conversación personal”  y que sea esto la restitución. Propongo que borremos esa línea entre trabajo y obra personal, propongo que no exista diferencia, que todo provenga de los lugares íntimos que somos. Que en vez de someterse en exclusiva a la estética, recurramos también a la memoria vivencial, a nuestro recuerdos, a nuestros sueños, nuestras intimidades, nuestros días, a lo que nuestra labor significa, para que el ejercicio de la ilustración sea significativo.  El lector lo agradecerá, estoy seguro. Habrá que inundarlo todo. Nuestro espíritu y nuestra ética es un valor en sí mismo que no hay que olvidar. Claro, nos faltan editores, pero también falta que nosotros los provoquemos.  Sin embargo ya hay gente que lo hace.
Así, Ilustrar será un momento de vida, lento, rumioso, bálsamo, momentos que nos pertenecerán y que nos resarcirán espiritualmente: esa es la balsa de la ilustración.

Ahora bien, no quiero decir que una metafísica de la ilustración sea la claridad rotunda y una solución para vivir, de hecho en repetidas ocasiones he maldecido haberme relacionado con la ilustración de esta manera y he tenido muchos problemas.
Aún así la ilustración contemporánea requiere de lucidez, de reflexión, de compromiso, de relaciones, de un peso. Unos dicen: profesionalizar, yo digo, si se me permite: ontologizar. De ahí, frente a otras necesidades,  la necesidad de quedarse con algo, de comprendernos en ese ejercicio, de hacer que esto sea una balsa.

Así pues, he escrito una lista muy sencilla con algunas instrucciones para construirla

I.               Tres piedras

Hay que llevar siempre tres piedras en el bolsillo para no perderse (tal cual las piedras de Hansel y Gretel) Tres piedras que lleven escrito ¿Por qué?, ¿para qué?  y la tercera habrá que guardarla en el bolsillo siempre, que estorbe, que incomode, que se nos clave, que no nos permita sentarnos cómodamente. Que duela pues. Esta tercera piedra, hay que pintarla de gris nuboso, un gris que sea muy denso, casi gris de tormenta; una vez pintada hay que amarrarla a la cabeza con un cordón, la piedra puede quedar en la frente, en la nuca, tapando una oreja, la boca o el párpado, teniendo cuidado de no sacarse un ojo. Una vez que haya dejado moretones entonces dibujar con ella. No tengo idea de cómo, pero igualmente hacerlo. En ella habremos escrito con anterioridad la siguiente frase: “un concepto llega simple”

II.             Caronte y la moneda bajo la lengua

A los muertos antes de sepultarlos, se les colocaban una moneda bajo la lengua para pagar a Caronte el pago que les permitiera ser llevados en su barca y cruzar el río. No recomiendo morir para intentarlo, pero sí buscar algo de nosotros mismos, que haya estado guardado por mucho tiempo, tal vez escondido. Por supuesto hay que sacudirlo y desempolvarlo antes de introducirlo a la boca y guardarlo bajo la lengua; debe ser esbelto de preferencia, no minúsculo, más bien debe ser portentoso, aunque hay que tener cuidado de que no sea demasiado para no terminar atragantado por ello, por supuesto uno puede quedarse sin aire, no poder respirar, pero es la única forma de atravesar el río y pisar ese espacio que esta reservado solo para el espíritu. Recomiendo mucho utilizar el ansia o en su defecto el anhelo.
Por otro lado habrá que buscar el o los Carontes, encontrarlos es complicado, es como encontrar al editor, pero esto es más accesible. Habrá que leer mucho, tendremos que ser obsesivamente lectores, leer el mundo entero (no cuenta por supuesto, las horas que se lean en internet), después frecuentar los mercados, las calles, los parque, subtes, colectivos, bares (no starbucks) y  no dejarse engañar por charlatanes. Entonces, en un momento, se los garantizo, aparecerán. Serán ellos, con su ideas, con su inteligencia, con su obra, los que nos permitan cruzar el río.  Por cierto, un acotación dicha por el maestro Pablo Amargo, que asumo plenamente, hay que alejarse lo más que se pueda del mundo de la ilustración, ahí lo mucho que encontraremos será a otros ilustradores.

III.           Apropiarse del mundo

Dice Tarkovski que en el arte, el hombre se apropia de la realidad por su vivencia subjetiva. De tal forma que es imprescindible apropiarse de todo cuanto caiga en nuestra manos  para desarmarlo (evitemos en esos días tener contacto con personas queridas). Podemos comenzar escogiendo objetos o hechos que siempre nos hayan llamado la atención, un árbol, una escalera, una caracola, lo que sea. Extendamos sus piezas ordenadamente en la mesa de trabajo observando minuciosamente su naturaleza y su función, después guardemos cada parte en una caja donde vayamos depositando otras piezas, no importa que se mezclen o desordenen, al fin y al cabo todo es subjetivo. Sentémonos después a trabajar y cuando necesitemos ilustrar un concepto o una idea, recurramos a nuestra caja de piezas buscando solo las que puedan embonar. La regla es: si embona usémosla.
Si hay que ilustrar un árbol y nos sale un paraguas, dibujemos un paraguas, si tenemos que ilustrar una lágrima y nos sale una flor, dibujemos una flor. Si hay que dibujar una noche y nos salen músicos, dibujemos músicos.
Si hay que dibujar la intimidad insostenible y nos sale una escalera, dibujemos una escalera.
La paráfrasis es como dice Robert Atkins un “pedir prestado”, así que ya lo devolveremos un día, pero mientras juguemos a que todo es nuestro.

IV.           La corona del ignoto

“El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena, debe saltar esta barrera y hacer lo que no sabe” nos lo recomienda el maestro Chillida.
Somos por naturaleza ignorantes, de niños ignoramos todo y de adultos ignoramos más todavía, solo que a nosotros nos da vergüenza admitirlo. Somos las transición de lo que ignoramos a lo que dejamos de ignorar, siempre seremos ignorantes de algo. Esta es una condición universal que permanece en nosotros como signo humano y como condena, y no es mera retórica, es una condición vital del ser. Es, incluso, una de las diez razones que George Steiner argumenta para entender nuestra tristeza. Sin embargo en el niño es una corona, es través de lo que ignora como desarrolla la imaginación e imaginar es la primera forma de inteligencia, por eso inventa reglas en el juego, porque él es un rey ignoto. De tal forma que sería conveniente encerrarnos en una habitación y prenderle fuego a todos y cada unos de los libros ilustrados que tengamos en nuestra habitación (claro, uno puedo regalarlos) y también de ser posible, calcinar todos nuestros trabajos, esconder algún premio, aquel ticket de entrada a la feria de bologna y en vez de ello colgar alguna reproducción accesible de alguna obra de arte que nos despedace por su belleza (recomiendo en este caso poner flores cada tercer día). De esta manera una vez despojados, tomaremos con dos dedos el tizne del carbón y cubriremos nuestros ojos con ello. Entonces podemos empezar a ilustrar de nuevo. Y cada vez que creamos que hemos encontrado algo, prenderle fuego y esperar a que se carbonice para volvernos a cubrir los ojos. Claro, uno o dos días antes de la entrega del proyecto abstenerse de incinerarlo y entregar precisamente eso. Es seguro que sea mejor que el primer boceto que hayamos realizado.

V.             El manifiesto del Ultra

Por supuesto firmar el manifiesto del Ultra de Borges:
Apunto aquí solo un fragmento:
Existen dos estéticas: la estética pasiva de los espejos y la estética activa de los prismas. Guiado por la primera, el arte se transforma en una copia de la objetividad del medio ambiente o de la historia psíquica del individuo. Guiado por la segunda, el arte se redime, hace del mundo su instrumento, y forja —más allá de las cárceles espaciales y temporales— su visión personal.
Esta es la estética del Ultra. Su volición es crear: es imponer facetas insospechadas al universo. Pide a cada poeta su visión desnuda de las cosas, limpia de estigmas ancestrales; una visión fragante, como si ante sus ojos fuese surgiendo auroralmente el mundo.

VI.           Ironizar el silencio.

Dice el gran poeta Francisco de Quevedo: vivir en conversación. Existen dos tipos de silencio, el tacere y el silere. Solo uno nos es posible, porque el silencio absoluto nos esta negado, es para la roca. Así, la idea es volverse taciturnos e ironizar el silencio, no seremos rocas jamás. Por tal acompañémonos de un libreta de hojas blancas para apuntar, uno a uno, ideas, conceptos y objetos que nos rodeen: ¿qué es un corazón?, ¿qué es el enamoramiento? ¿qué es la espera?, ¿qué es la soledad? ¿qué es la nostalgia?
Elaborar un diccionario personal, de tal forma que cuando tengamos la apariencia de estar callados es porque estamos definiendo el mundo, una ironía.

VII.         El presagio de la ilustración

Hay muchas formas de recibir respuestas, no sé ustedes, pero creo que el mundo entero se puede leer, eso lo aprendí de mi madre, después interviniendo fotografías y ahora sencillamente mirando la vida. Contrariamente a lo que se piensa, el augurio es una forma de pensar, de conversar. Dicho por Chillida es el a priori que precede al a posteriori. De alguna manera vivir conversando con el mundo, lo que entendamos por ello, objetos, hechos, recuerdos, sueños, deseos, es una forma de inteligir.  Es ir recibiendo contestación. Ir, como diría Rubén Darío a Juan Ramón Jiménez: “ir por dentro” esperando pacientemente la respuesta.
De esto uno tendría que sentarse en una silla de madera y preguntar, cualquier pregunta y esperar. Solamente esperar. Ya sea regresando a trabajar o sencillamente caminando y esperar. Solo eso, esperar. La respuesta vendrá. No aseguro que si la pregunta es para resolver una ilustración llegue a tiempo para su entrega, pero confirmo que llegará. Tal vez una instrucción sería entonces, preguntar antes de cualquier proyecto, así, una vez recibida la respuesta, la ilustración habrá presagiado que un día un proyecto,  con una pregunta, buscaba esa respuesta que nosotros ya sabíamos. El presagio de la ilustración.



Así, con estos paso sencillos es posible construir una balsa, una balsa que sea elogio a la lentitud, contrapeso de todo lo que se va, la manera de meditarse, de pensar-se, un alivio que nos sostendrá. El hombres es creador de sí mismo mientras se comprenda sobre lo que hace, de otra manera es solo maquilador susceptible a cualquier indigencia.
Y la ilustración, como todo acto creativo intenta explicar-nos. Pertenecemos al libro y es nuestro cometido asumirlo.
Así, hemos de enfrentar, en algún momento, la responsabilidad de nuestra vacuidad o no. Y puede sonar obsoleto, irrisorio, casi ridículo; pero aún así, tengo la certeza, desde hace tiempo que esta balsa nos salvará.
Sí, hay que sostener a la ilustración de cualquier manera, porque ella después nos sostendrá.

domingo, 22 de septiembre de 2013

LA ILUSTRACIÓN COMO PRESAGIO



Nuevamente, un gran amigo, Javier Sobrino, ha colado en el reciente número de Peonza, una reflexión sobre un tema volátil. Ha hecho una pregunta directa: ¿Cómo nace un libro ilustrado?
Añadida a la idea, un concepto fundamental: lo incierto y lo improbable.
Decía así, borrar esa línea que separa los sueños, los recuerdos y la vida. Como si fuera vendedor de cubetas en anillo de circunvalación hoy mismo.
(dice U2 "traffic cop". Rue du Marais. No line on the horizon)




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La ilustración como presagio
I
Pienso en la insistencia para decir que no somos tan fugaces como las efímeras que hay en los lagos, pienso que buscar ese “algo” que nos haga permanecer un poco más aquí o allá nos anuda a ese hilo que todo lo vincula. Pienso tal vez que los libros son ese breve eterno que “finge” que todo sucederá como lo pensamos: entonces todo se vuelve un pretexto para que asome una ilustración.
Es así, el acto creativo es un contrapeso vital frente a esa angustia que parece tan antigua a la hora de pensar cuando se ilustra. Sin embargo sigue siendo para mi la única validación en esta labor.
Comienza todo cuando me apropio de cada proyecto para llenar de imágenes personales y ficticias (aunque ¿qué cosa no es ficticia?). La idea es adueñarse literalmente de todo, de parafrasear cada palabra con la luz de la mirada personal, para permitir que cada libro se extienda con nuestros otros entramados. Es así como obtenemos una forma de atestiguarnos, de validar todo aquello que uno pueda imaginar o recordar, es como logramos hacer que todo eso que se va permanezca un poco más. Entonces decimos: eso es así, esta forma aquí, esto de este color, la luz por allá… la insistencia sumada que busca siempre retener tanta levedad que se guarda en los libros.
Por supuesto comprendo que hay más formas de entender la ilustración, y más en este universo que llaman profesión, pero creo que la valoración de un libro ilustrado y más aún, en un libro álbum, se centra en la profundidad de las vinculaciones que tengan sus escrituras. Y yo creo en estas honduras como posibilidad: en las del antiguo acto humano de la insistencia, a través del ejercicio del dibujo, para sentir un poco de alivio.
Esta es mi idea al trabajar, los libros y sus ilustraciones como un acto casi sagrado, como un axis mundis en las manos. El ahínco de perpetuar todo lo que se ha ido, esas fugaces ondas que somos en el lago provocadas por las patas de una Efímera transformadas en una escritura que se evoca a cada lectura para salvar, para salvarnos.
Así la balsa de la ilustración nos sujeta a algo, nos da un estribo en dónde atracar, finge hallar un “intento de peso”. Entonces viene la obstinada idea de ilustrar de cierta manera, de hacer todo aquello que se imagina en elementos significativos de un cuento o una historia, como si fuera una revelación. Creo en eso, sé que es eso: la ilustración es un presagio, un presentimiento que se evoca para creer que se permanece un poco más aquí o allá enredándose en el universo de la lectura.
Así intento construir mis imágenes, para que puedan continuar en “algo” viniendo de “algo” humano, para que alojen la memoria de lo que leemos. Sé que nunca concluirán nada por sí mismas, no son ellas las que tienen que instruir nada, creo más bien en su prisma y en su pertenencia al libro por completo. Por eso la libertad con eso que parece una refracción de significados, por eso la insistencia en mostrar la mirada personal, por el impetuoso deseo de anudarse en algo, en esto que nada retiene.
II
Son muchos los ríos que nutren la gestación, pero creo que el más importante viene de ahí, de jugar que aquello que se desvanece permanezca un poco más. Hablo del uso de otros orígenes que no sean solo la búsqueda plástica para originar una ilustración. Ciertamente es una forma poco atractiva, pero así he aprendido a ver los libros y creo en ello, de ese pasado que somos, de ese cúmulo de exaltaciones que por alguna razón quedan ondeando en nosotros, como la huella que queda en la memoria diafragmando nuestra mirada. Así, justo en este mundo de realidades mercenarias, recobrar el regreso a esas fragilidades que nos conforman.
Es lo que tengo en mi memoria lo que uso para comenzar cualquier ilustración. No es que siempre lo haya hecho así, pero actualmente es de esta manera. La utilización de los recuerdos y los sueños son para mi un suministro de donde elaborar cada idea, sirve perfecto también para paliar la angustia creativa, porque cuando uno usa un recuerdo, cuando uno evoca una imagen o un momento, hay un significado guardado que funciona de peso para justificar su utilización, y es después con el trabajo que se encuentra ese verdadero sentido. Es esto en lo que yo confío ciegamente. Busco esta originalidad que viene de la anécdota contada: la visión de uno mismo, muy lejos de la impetuosa innovación estética o de la idea majestuosa. Mi camino es otro.
Intento de alguna forma amalgamar memoria e imaginación en el empeño de clarear el tumulto de ideas que percibo para encontrar una balsa. La balsa que sostendrá todo elemento en la construcción de una ilustración. Una ilación de todo aquello que se ha retenido para hilarse. Sí, la memoria es una trama de muchos hilos e ilustrar es su lienzo donde todo se teje.
Mis imágenes provienen de ahí, de ese esparcimiento que es contemplar la maraña de conmociones que me han marcado, que me han formado, también incluso aquellas que no he vivido. Las vivencias, los recuerdos, los sueños, los miedos, los deseos, los accidentes o esas angustias que tanto me han acompañado, son el bagaje con el que me proveo. La ilustración es para mi un inmenso lago tocado por efímeras, y sus formas y figuras son esas minúsculas ondas que quedan en el agua, como un árbol pintado de rojo, como las sábanas que ondean en un patio, como una niña que se abraza a la pared o como una lata que se convierte en maceta. Todas son rastros de una imagen que se presagia.
Me explico: cuando uno se enfrenta a una hoja en blanco, no tiene idea de lo que habrá ni de lo que dibujará, pero al final la ilustración que resulte se convierte en una revelación que muestra eso que desconocemos de nosotros mismos, es “el conocimiento que proviene del desconocimiento”, una especie de oráculo que nos muestra y explica a la vez. Dice el poeta: la poesía es algo que no sabemos hasta que lo escribimos. Así la ilustración. Sucede lo mismo, nunca sabremos nada de lo que haremos o dibujaremos (¡no tenemos que saberlo!), solo hasta terminado el dibujo o la ilustración, entendemos eso que la intuición nos empujaba a conocer. El mismo dibujo es la respuesta de un oráculo antiguo: ahí el presagio.
Es un prodigio recurrir a los recuerdos y visiones personales para empezar a ilustrar, porque conseguimos afianzar espacio y vida en un tiempo tan feroz y tan mercantilizado, pero además logramos mantener un respeto alto al libro, porque ilustramos con el mismo aire con el que la pasión infunde. Entonces, una vez la sensación de despojo y de abandono cuando terminamos cada proyecto, nos refugiamos en esa sensación de vida que nos queda.
III La piedra y la puerta
Hay dos momentos importantísimos que suceden en mi trabajo, el primero, que siempre marca la dirección y que lleva indeleble la luz-atmósfera, es aquel que permite aparecer imágenes en el papel de una forma inmediata, “sin pensar”, es la intuición; dibujo lo primero que me venga a la mente: elementos cualquiera, es la primera fotografía de todo; es un lanzamiento al vacío de lo que no entiendo, normalmente son “fijaciones”, rostros narigones, ojos pequeños (esta imagen fue la primera que entendí al verme en el espejo), una escalera, una silla, algo que cuelga, un árbol seco o cualquier imagen que haya asociado con el texto. Es ésta primera imagen la que se convierte en una roca, de gran peso, que no se mueve, que engancha visualmente por algo, pero que desconozco el por qué. Trabajo siempre comenzando desde ahí. El otro momento deslumbrante que sucede es la búsqueda de su entrada. Hace poco lo comentaba con una idea maravillosa de Zsymborska cuando habla de una roca. Ella, la poeta (benditos poetas) escribía: toco a la piedra y le digo: soy yo, déjame entrar, a lo que la piedra le contestó: No tengo puerta. Es así, a esa imagen-roca que se nos arroja al papel, hay que inventarle-imaginarle-dibujarle una puerta. Así se conforma una ilustración, de puertas dibujadas-inventadas a una gran roca, en donde la roca es todo aquello que no comprendemos y que aparece con alguna forma. La misma puerta por la que Alicia entró a un país diferente: la imaginación. Es por ese espejo que intento entrar a la imagen.
Así pues, la ilustración se convierte en otras y más puertas de un libro álbum, ya que es la hendidura dibujada en la roca. Claro, nunca habrá una certeza total, porque nunca debemos y podremos saber con exactitud, sino más bien sabiendo únicamente que se dibuja sin saber nunca lo que se dibuja. Precisa, sola con esa incertidumbre, sin descubrir nada, insinúo o permito, privilegiando otra evocación. Ese gran fermento que es lo incierto nos consolidará las entradas. El dibujo entonces se convierte en puerta.
Lo robado y lo soñado
Hay muchas cosas que nos abren y nos enseñan, la danza y el cine han sido para mi  fundamentales a la hora de observar el mundo, a la hora de interpretarlo. Me ha sucedido que ciertas imágenes se quedan grabadas en mí, transformándose en significados profundos, por ejemplo, elaborando Tres niñas había una escena en donde una de las niñas se encontraba sola, en una intemperie profunda, ella y sus hermanas se encontraban en un lugar que decidí era el desierto, sin embargo necesitaba que ese desierto se extendiera a sus interiores, pero no de forma gráfica o plástica, sino más bien como algo casi imperceptible, muy velado; recordé entonces una escena de una película de Theo: una mujer con vestido muy ligero, caminando en la playa, alzaba sus brazos. Esta imagen me marcó y me dijo tanto que indefectiblemente la niña del cuento tuvo que tener esa “intemperie en calma”, el solo hecho de alzar los brazos era para mi un valor semántico, es decir, una persona con los brazos abiertos significa en mi entender: intemperie, entrega, abnegación, calma; como Cristo crucificado que esta en la intemperie preguntando a su padre el por qué de su abandono. Así fue que puse a la niña a contraluz de la noche, era una especie de desnudez, de rendición inmensa, como cuando estamos expuestos totalmente.
Esto llena mi mesa, de cosas que han perdido el origen de haber sido robadas o de haber sido imaginadas, no me preocupa distinguirlas, tampoco tengo interés si es novedoso, el único requisito que pido es el haberlo vivido, soñado o imaginado. Aunque creo sinceramente que todo lo imaginado, siempre será un robo que cubre nuestra indigencia. Sí, no habrá nunca nada nuevo bajo el sol.
El absurdo y lo incierto
También me apoyo mucho cuando observo fotografías, veo esos fragmentos que somos e intento acercarme a esas partes, escucharlas, entender esas escenas indescifrables y que son “absurdos” ininteligibles. Claro, nosotros vemos esa extrañeza pero en realidad esos “absurdos” tienen sus lógicas. El absurdo es sencillamente un fragmento de la realidad que desconocemos, como el caos, que mantiene su orden por descifrar. Buñuel contó sobre su película “Los olvidados” una escena que me marcó con una claridad que hasta ahora sigo observando de esa forma cada fotografía. Hablaba de una escena en donde unos chicos perseguían a un ciego para golpearlo y pasaban por un edificio en construcción en donde cien músicos tocaban una melodía que no se lograba escuchar. La imagen era inexplicable en sí misma, pero en la misma idea de Duchamp, al abstraer de cierto contexto un objeto para resignificarlo en otra realidad, se conforma la poética de lo incierto, permitiendo al lector su propia lectura y su propia expansión, no la del escritor, ni del director de cine, ni del fotógrafo, y mucho menos del ilustrador, sino del lector, del que especta del otro lado, dice Octavio Paz, de tal forma la imagen oscila. Entonces verdaderamente la poética es del que lee, no del creador. Duane Michals, August Sanders, Alessandra Sanguinetti, Sudek, Vishniac, Graciela Iturbide, el maestro Nacho López, tantos y muchos fotógrafos muestran esa consolidación de lo incierto. Yo creo lo mismo, como la ilustración de La Sirenita, que internada en el mar mira un pez flotando en sus manos, parecería más una imagen surrealista pero entonces digo: ¿por qué no podría ser justamente el momento en que un pez brinca al intentar atraparlo?

Coincidencias pobres
Cuando realizaba “Taller de corazones” había dibujado un bosque de árboles a tinta muy exánime, sus troncos eran negros y sus ramas estaban desprovistas de hojas, así que la editora me señaló el problema, el asunto es que se necesitaba una primavera; por supuesto no quería rehacer la ilustración, así que la solución vino literalmente “vistiendo” a los árboles de primavera. Así pues, recorté tapices llenos de flores y de hojas multicolores, cubriendo de primavera esos cadáveres que eran mis árboles. Pasado el tiempo, leía una nota en el diario en donde hablaban de un movimiento que hacían algunos artistas “Yarn Bombing”. Se trata de instalaciones que revisten el mobiliario urbano e incluso árboles con tejidos de crochet. La idea es exactamente la misma: vestir de color aquello que nos rodea, tal como lo hace la primavera. Imitamos la naturaleza tan ingenuamente.
Hacer y encontrar: un hilo
Cierta vez en un proyecto casi perdido, aparecieron unos hilos que se enredaban en los sombreros de unos personajes oníricos, era una solución recogida más por hartazgo de no encontrar nada estéticamente solvente que otra cosa, pero este pequeño elemento encontrado fue suficiente para detonar la ocurrencia que resolvería todo el libro. La idea fue reutilizarlo y vestir también a la luna que aparecía en otra ilustración. Inmediatamente después, y como una revelación, la idea se expuso, no la mía, sino la que proviene del azar. El hecho fue que al poner una ilustración junto a otra, por la gracia de la narración natural, se leía todo un ensayo sobre la naturaleza del deseo. La delgada línea mudaba a un cúmulo de palabras que decían algo dependiendo de dónde la colocara y con quién habitara, por ejemplo, a los personajes los colgué de ese mismo elemento o los vestidos se cocían con ello. Recuerdo la excitación que tenía cuando, a unos días de la entrega, rehíce varias ilustraciones que necesitaban modificarse, era increíble ver como se iba transformando ese hilo en la idea faltante, era en verdad un transportador de significados. Entonces el hilo se convirtió en metáfora.
La asociación accidental es una firmeza que lo sostiene todo si se le permite, incluso en los necesarios contrapuestos tan requeridos para desarrollar una idea. Así obtuve el eje conceptual de toda la propuesta: la metáfora del hilo; como lo que se enreda en nuestras cabezas y que nos viste de cierta locura por el que muchas veces nos colgamos (en la historia se concedían tres deseos, ¿quién no se volvería loco con este sueño?), seda blanca que se deshila por las noches del que el anhelo pende.

V. Pliegue y lienzo
El ejercicio de ir marcando, encontrando o inventando asociaciones en mi trabajo, de no saber si he robado, si solo ha sido un hallazgo o si solo ha surgido del lápiz, no me preocupa en lo mínimo, me asumo como ese sencillísimo pliegue que somos y prefiero concentrarme en servir a la historia. Por eso entiendo que la exploración en la ilustración, es en todos los sentidos y en todas las formas, desde la punta del dibujo que va explicando la línea de lo no visto de lo visto, hasta el manejo diminuto de lo que conocemos, una mano bajo la tela que se disfraza. Así puedo contar: este es un corazón difícil de asir y dibujo un pez, o ahora el amor es una promesa y dibujo una crisálida en flor o simplemente me asombro de una selva y la dibujo de una forma imposible. Juego a re-significar las cosas del mundo en cosas de mi propio mundo, juego a poner una cosa por otra, como cuando de niños tomábamos cualquier colador de cocina convirtiéndolo en corona de rey en nuestras cabezas: ese es el martillo del que hablaba Brecht. Por eso siempre le damos un sentido personal a las cosas que tienen un significado común, porque necesitamos decir “la silla de” no solo “una silla”, precisamente la historia de un momento personal y único que esta debajo de la imagen, que, paradójicamente, ya no existe o que muy pronto dejará de ser, como esas Efímeras que mueren al día.
V Pensamientos
Ese sería el artilugio de la ilustración, la de la Efímera que ve su reflejo ondearse en el agua mientras su pies se posan en ella. Tal vez una huella que quiere permanecer.
Una y otra ilustración nace así, con la necesidad de esta persistencia, buscando el  presagio, siendo una ilustración inminente, no que diga algo, sino que esté a punto de decir, precisamente el instante previo, la imagen que se pierde para encontrarse en cada lector. Cuentos, historias, clásicos; un caracol que nos mira y que susurra, que arroga cada orfandad, por accidente o por esencia, con certeza o con duda. Eso es la creación dice Antonio Muñoz: unas veces encontrar y otras solo buscar.
Y muy a pesar de que pueda llegar a leerse este mensaje o no, creo que ese resquicio que permite la hermosa ambigüedad lo anima todo, es un corazón que no necesita mostrarse: el indescifrable presentimiento que siempre llevamos y que al final será interpretado de cualquier forma, o tal vez no. Esa es la belleza de lo inminente, ese es el peso que somos. Es por eso que uno siempre quiere surgir en cada libro, brotarse a cada ilustración, con la esperanza de que, aún a pesar de la enormidad, la pequeña impronta en que nos reflejamos pueda ondear por otro pequeño instante.





sábado, 22 de junio de 2013

PROGRAMA LO INMINENTE Y LA ILUSTRACIÓN

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Título:           LO INMINENTE Y LA ILUSTRACION
                      Expandir metáforas.

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Descripción: El eje del taller es un ejercicio de intervención fotográfica para abordar otra forma de creación y encontrar distintos caminos de profundización en el discurso de nuestra ilustración.

Objetivos: Acercarse a lo incierto y su poética a través de ejercicios de apropiación, teniendo a la intuición como un recurso para encontrar otra forma de imaginar las cosas.
La idea es que en el taller podamos construir nexos mediante la intervención para apuntalar metáforas e hilos narrativos que nos ayuden a profundizar los mensajes de la ilustración y conectar nuestras memorias con el hallazgo. Es utilizar lo recordado, lo imaginado y lo soñado como artilugio creador en una ilustración.

Nivel: medio y avanzado

 (día 1)
BLOQUE I. El primer acercamiento y la belleza del caos.
- La figuración y la apropiación.
- La intuición y el tono.
- Luz y atmósfera.
- Los primeros enunciados conceptuales
- Aquello que nos gusta: la intuición.
(día 2 y 3)
BLOQUE II. Replanteamiento y ordenamiento
-La significancia y la mirada.
-La deconstrucción y el concepto.
-Estructuras formales: color, jerarquías, énfasis, composición.
-Los tres mensajes de la ilustración.
-Figuras y metáforas.
(día 4 y 5)
BLOQUE III. La consolidación de la intuición.
-El discurso y la voz
-Vocablos visuales
-Trama
-Narrativa
-Legibilidad.
(día 6)
BLOQUE IV. La mirada conversada.
-La idea del libro.
-Una anatomía exacta: ejemplos de libros.
-La reflexión.
-El funcionamiento.
eso,
la vuelta al signo humano en la ilustración.



domingo, 3 de marzo de 2013

Enjambre de venas.



Schizein-phrēn.
Enjambre de venas.


(Para Mónica dolorida)

"Ella mira esta parte de su cuerpo, lo más precioso que posee
y que ahora se le muestra bajo su piel, que se ha hecho transparente,
con toda la hermosura de sus finísimas ramificaciones que semejan un paisaje paradisíaco 
 de sendas sinuosas que despierta el deseo de adentrarse por ellas para hacer descubrimientos..."

El hombre Jazmín, Unica Zürn.
trad. Ana María de la Fuente
Ed. Siruela.




Fotografía de Hans Bellmer sobre Unica Zürn

Un enjambre de filamentos nos ata, nos hunde dejando pliegues de un cuerpo. Los surcos que escinden esas líneas nos tatúan los ojos, la boca, las manos, la lengua, las orejas, el culo, la cabeza. Creemos que eso somos: un enjambre de venas. Con ello se emana la vida sobre el ser. Ahí el origen que debió formarnos, aunque en nosotros no sostiene nada, lo otro era contundentemente vida, lo nuestro solo anhelo envuelto.
Eso es, una masa informe, ahí, tumbada; envuelta sobre su propia gravedad, henchida de nada, asfixiada de sí. Tal vez lo que queda de todo.

Una delicada larva nos lo muestra todo, nos lo dice todo. No hay por dónde empezar a reconocerle. Somos un ser contraído, apresado por nuestras estrías que emergen en ligamentos, en músculos, dedos, lengua, sexo. Y entonces la conmiseración.
La fotografía de Hans Bellmer sobre Unica Zürn es una imagen vehemente. Terriblemente hermosa.
Un espejo interminablemente atado, mirándose, la sustancia siendo cuerpo que se desborda, como siendo insuficiente esto que llamamos ser, o ¿podría ser la casa de las enfermedades?.  La voluptuosidad del deseo, como si en verdad pudiera convertirse en algo, llevarnos a algo. El ser que se distancia buscándose, alejándose. Entre más se aleja más pierde forma de ser humano. Dice Ibsen "el mineral insensato, golpeado por el martillo, se ha puesto a cantar." La sustancia siendo cuerpo. Nada más.
Su forma impetuosa nos dice lo amorfo que somos, que seremos; Un atado de líneas torcidas intentan asir pero solo deforman. Y lastiman, y hieren, y ahorcan. Todo un fárrago de ser que se enquista por las cuerdas humanas en nudos uno tras otro para cobrar forma de algo. Esa imagen provocadora de una muñeca desarticulada que después de rota se intenta volver a juntar pero que en el trance del miedo queda desfigurada: la pierna en hombro, el brazo en la cadera, el pie en el cuello y el torso en el centro de una medusa desmembrada.
Unica Zürn es el suceso de un onanismo de existencia que se estría, se derrama, que amortaja en el propio envoltorio de sí mismo: ni la angustia misma se logra escapar. No, ella no se expande, más bien se contrae, implosiona, se enrosca sobre sí misma, como esa danza que soñaba de un escorpión clavando su propio aguijón. Se acontece fragmentada y atormentada por la vida, una vida que se mira desde un pequeño y apretado lugar. La cabeza y sus ojos, ojos-aguijones que se clavan en sus propios párpados. Su ser mira a través de ello. Como Onán derramaba su esperma sobre la tierra, Unica Zürn también es su tierra en la que se derrama: carne y tierra, tierra de “árbol de pan”. Larva-semilla: yerma.
Son pocas las obras que son exactas, solo quien vivió junto a ella pudo aproximarse, pero además tendría que tener ojos para mirarla y atarla y tumbarla y tasajearla, para entonces desnudarla y desvelar esas venas que dolían y que amarraban la otra carne que formó su voz, sus visiones, sus paranoias, sus angustias. Y también tendría que haber sido una mujer brotada de la incapacidad que se envuelve para aislarse  y asfixiarse quien posara en la fotografía. Nuestro absurdo es la muralla que no nos deja verla y que Hans Bellmer logra mostrarnos sin pudor. Hay quienes proclaman un enunciado surrealista, yo creo más bien que es un luminoso acercamiento sobre esas redes y tramas que nos forman. Es la fotografía que transparenta la piel.



Unica Zürn, Tinta.


Los dibujos de Unica Zürn son así, de una poética directa, sin medios, ni filtros; de una línea exhausta, perversa (¿es esta la ruta antigua de Girard?), sin descanso; que enredan y constelan para mostrarse y que ondean la tinta negra. Solo un estado absorto logra estas refracciones. Es un dibujo que logra abrir el tizne de su tinta mostrando su jardín: una sierpe dolorosamente enredada. Son la angustia primera y única que todo lo forma, y que de no ser por esa amorfidad, se desparramarían sin fin.
Entonces es cierto, el cuerpo, la mano, el ojo, el ser, son marcas de lo escindido que somos y que creemos es lo que nos ata en la vida. Estamos encogidos sobre un pasto, falta solo un perro que nos lama. Schizein-phrēn.

Anagrama

Unica Zürn intentaba descifrar la realidad através de anagramas, permutando palabras.
Entiendo ese intento.
Así nosotros: la ilustración como anagrama de la realidad.
Un taller próximo para Macerata en donde juguemos a descifrar la realidad a través de anagramas visuales.
Espero haya vida para entonces.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Paradigma

"La imagen no es este o aquel significado expresado, sino un mundo entero que se refleja en una gota de agua, ¡en una gota de agua solamente!".
Andrei Tarkovski.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Bestia negra.

De hace poco tiempo, en una charla (en un "Pozzo" literalmente), como un oráculo poseso Joanna dijo: "somos más de lo que no somos que de lo que somos".
Hablábamos de cómo lo que nos rodea nos forma más de lo que uno lleva dentro, de la partícula de Dios y de un "sin rumbo". Es cierto, la frase en ese momento me develó con claridad en un instante lo que yo rumiaba con torpeza y, tengo que decirlo, con bastante estupidez.
Creer que arrojárnos al cambio es mérito propio no deja de ser una falacia, por más que la vistamos de baratijas. Más bien, y creo ahora, que después de tanto dar con la pared bajamos los brazos y nos rendimos. Una bestia que no sabemos (que nunca sabremos) cómo es, nos mira socarrónamente.
Después vino la pregunta de Àngel sobre Los miserables.
No era una ironía, solo un presagio.



El proyecto de Los Miserables fue un suceso asolador para mi, un acto inacabado y de profunda reflexión profesional. Ilustrar esa parte que nos ha inventados como seres humanos es tan imposible y permanente que todo mi proceso terminó por alterarse.
La fortuna fue que el proyecto coincidió con varias lecturas de Henry Michaux y un ensayo de Varga Llosa que me recomendó Anna para poder encontrar una ruta de derrame.
En la complejidad que tiene el texto y cada personaje surgió la necesidad de trabajar sobre una idea estética sencilla que resolviera esa condición, así que pensé en trabajar sobre siluetas creadas que no fueran dibujo. Pensé en intentar ese tipo de manchas que había visto para poder encontrar los rostros desde otro recurso que no fuera la memoria o el estilo, sino que fueran accidentes en sí mismos, como Javert y Valjean. Tal como los alfabetos de Michaux.
Mi idea no era dibujar literalmente personajes monstruosos, sino que entonces, obtenerlos desde otra procedencia, solucionar los personajes como un desdibujo o un intento de dibujo. No como monstruos. Fue así que volqué contra el dibujo y trabajé esa compleja ambigüedad que plantea Los Miserables como un ejercicio de hallazgo.

La idea es sencilla: hallarlo todo a través de sobrepuestos y a partir de accidentes de manchas, encontrar los elementos sin desvincular una misma raíz, una misma procedencia. De alguna forma desenterrar ese germen que procreó a los personajes. Aquí la importancia del negro. El negro que es ausencia y sombra, se hace fundamento de todo y refleja la propia naturaleza de los personajes umbríos. Un negro que teje las oscuridades de todo ser humano y en donde, irónicamente, se esparce su única luz. Manchas muy parecidas, al final, todos miserables. Los miserables que ejercen poder y los miserables que son sometidos, por eso el énfasis sobre una misma impronta, para ilustrar almas diferentes pero irrigadas por el mismo espíritu.
Todos los personajes fueron encontrados así, partiendo de una mancha como un surco por el que la tinta intentó dibujar los rostros, rompiendo con el trazo de la memoria.
Pienso entonces que las manchas negras son como esos dioses que nos miran imperturbables entre sus sombras, mientras nosotros nos perdemos en esos dibujos que creemos ver y que al final aquello que encontramos son visiones de algo que pensamos. No siempre tienen la apariencia que uno cree.
Así pues, mi trabajo con Los Miserables se ha vuelto inacabado, permanente, porque aún sigo dibujando muchos Javerts, tengo una libreta llena de ellos.
Ha sido una fortuna el haber podido acercarme a ese texto, aunque tengo la sensación de haber sido devorado por una bestia negra.





viernes, 31 de agosto de 2012

Fragmentario de la contemplación.

Aquí una charla que tuve ahora que presenté un taller en Macerata.

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FRAGMENTARIO DE LA CONTEMPLACIÓN.

I.  DE OTRO LUGAR
Siempre me ha parecido complicado hablar de uno mismo, decir con palabras a otros lo que uno piensa en silencio.

Cuando lo he intentado pareciera como si la idea se rompiera, quedando solo fragmentos, fragmentos de ideas, de imágenes, de historias. La sensación entonces de estar incompleto aparece más que nunca.
Intentaré aquí exponer algunas ideas, esperando que el hecho de que estén todas juntas, cobren una idea lógica o alguna coherencia al menos.

Comencé siendo ayudante en el estudio de mi hermana, hacía en todo y por partes, a veces daba color a sus dibujos, otras los transfería a papel Fabriano y alguna veces terminaba alguna línea. Yo, por supuesto no era ilustrador, era un intruso que, decepcionado por una relación de trabajo como escenógrafo, me encontraba a la deriva.


Así comencé hace catorce años en México, sin un sentido claro, por casualidad, como arrojado de otro lugar.
Ahora, después de todo, podría creer más bien que ocurrió con exactitud, comenzando con las pequeñas partes, en recorridos lentos y acotados. Como lo hacen los orfebres.

II. EXTRAVÍO
Cuando empecé a realizar mis primeras ilustraciones, empecé como lo hago ahora, sin saber bien cómo ni cual sería el resultado final, siempre a ciegas y hacia donde señalan las manos al dibujar, a veces con suerte y más de las veces hacia lo vano.
Desde el comienzo tuve la idea de que ilustrar era transformar, sustituir, y en ello ver solamente la parte extraña, incierta de aquello que se ilustra, como esa parte ambigua que somos. Quería inventarme una idea del mundo para mi, pero también jugar a ordenar las cosas como me gusta verlas.
El sostén de mi incipiente trabajo era el dibujo y el color, así que anduve esa primera vereda.
Dibujar se convirtió en la idea ciega que va palpando su propio rostro y nos da
un esbozo de aquello que imaginamos pero que no conocemos.
Así  mis primero trabajos golpearon siempre con la angustia de una pared de sombras, porque lo que yo intentaba solo arrojaba eso: sombras.

 “¿Qué hace un barco de papel rojo en el suelo?, ¿y esto?, ¿qué se supone que es?, y ahora una serpiente enroscada?; yo hablaba de risas y juegos, no de cosas extrañas”.
Claro, yo ilustraba presintiendo más bien, no ilustrando.
Pero la intuición es una vereda en donde no hay nada, el hallazgo de lo que siempre espera a ser encontrado.
Así que sin saber hacia dónde iba como ilustrador, todo me llevó a el lugar a donde debía haber llegado: al lugar de las alegorías. Esta es mi vehemencia.


Fui guidado por tres Carontes, fueron ellos los que me llevaron al otro lado, el primero fue Octavio Paz con su perfecta elocución de la palabra, después Pina Bausch y su densidad de lo cotidiano y el tercero Theo Angelopoulos con su poética infinita. Los tres un faro eterno que aún me sigue alumbrando. Es curioso porque en México, cuando alguien nace, se le llama también alumbrar. Así que alumbrado por ellos, aprendí que todas las cosas y objetos poseen un carácter mágico: oscilan como un imán con nuestra sola presencia.

Estudiaba teatro también y leía estudios sobre dirección escénica, desde Stanislavski hasta Eugenio Barba. Aquello que parecía un inconexo se convirtió en un puente para buscar la idea eje en mi trabajo como ilustrador.
Mi orfandad entonces fue cubierta con ideas escénicas y apreciaciones literarias.
Así, la inseguridad que me causaba haber transformado aquello que decía el texto, se convirtió en una constante que me posibilitó un camino totalmente abierto. Es esta la columna vertebral de mi trabajo: el uso de la metáfora y la estructura del concepto. Un juego para decir las cosas de otra forma.

Y aunque la ilusión de decir con estas ideas lo que yo miraba me llenaba de entusiasmo, como ilustrador sabía muy poco, casi nada , así que siendo yo un intruso, decidí estudiar con grandes maestros de la ilustración: Wolf Erlbruch, Kveta Pacovská, Lisbeth Zwerger, Pablo Amargo. Claro, ellos nunca lo supieron; y es que tampoco existieron clases con ellos, pero sus imágenes han persistido de tal forma en mis ojos que mis manos los recuerda a cada trazo.

La búsqueda poética y el sentido de lo incierto se convirtió en mi único interés de trabajo. Porque pienso que cuando hay faltantes, habrá lugar para nuestros interlocutores. Entonces como Segismundo, deje para siempre el universo de la certeza para estar inundado de interminables preguntas. Dice Pablo Amargo, en una especie de aliento, que “una buena ilustración depende de la cantidad de preguntas que uno se haga cuando esta trabajando”. Claro, hubiera deseado que mi trabajo respondiera a ello, pero deambuló más que dirigirse intentando encontrar todavía sentido. Así que los primeros años fueron bastante estrambóticos.

Después vinieron Lorca y sus dibujos magníficos, la claridad maestra de los ejercicios de Paz, la enseñanza sintáctica de Chema Madoz, la majestuosa levedad de Chillida, la exactitud de los poetas como Sabines, la fuerza de Carlos Alonso, los actos poéticos de Phillipe Menard o las ventanas infinitas de August Sanders.

Sin embargo las preguntas nunca terminaron, al contrario, aumentaban desproporcionalmente con el tiempo. Aparecían de manera incontrolada estando frente a la hoja en blanco apuntando sobre el uso de color, la técnica, el estilo, la línea, la densidad, la luz. Cuantas y tantas preguntas, solo las horas de trabajo aliviaban un poco estas angustias formales.
Sin embargo otras me siguieron a todas partes, más trágicas aún, porque lo hacen sin descanso y aún estando lejos de la mesa de trabajo. Preguntas que solo juegan a preguntar algo y que no tendrán nunca una respuesta cierta.

¿qué es un árbol?, ¿qué es una silla?, ¿qué es el corazón?, ¿y la soledad?, ¿o qué es el dolor?, ¿y el olvido?. ¿Qué es todo esto?
Acaso la piedra que se arroja al estanque formando miles de ondas sin fin que nos miran hipnóticamente.

III. LA PIEDRA
Hablando de piedras, me hacen pensar mucho, mi relación con ellas ha sido siempre insistente, al menos metafóricamente, más allá de la cabeza dura que poseo. He encontrado que el concepto es como una roca para cuando uno se pierde (por aquí), por eso siempre mantengo en el bolsillo tres de ellas, una dice ¿por qué?, otra ¿para qué? Y la tercera la uso para atar al libro y dejarlo balancearse como una metáfora.
Insistiendo en las rocas, también pienso que el estilo es una piedra a la cual vamos desbastando buscando la forma hasta disolverla en la nada, un recorrido que siempre esta en tránsito, como una espiral dentro de nosotros. Solo después de un recorrido queda el polvo que nos cubre.

Permítanme leerles una charla que tuvo una mujer poeta con una roca:
La poeta contaba: llamé a la puerta de una piedra y dije, soy yo, déjame entrar. Entonces la piedra contestó: No tengo puerta.

Es así, intentamos entrar en ese espacio que hay dentro de las cosas sabiendo que no tiene puerta y entonces inventamos un agujero como el de Alicia, para entrar y descubrir lo no descubierto, inventando otro mundo, nuestro propio mundo.

Dice Wittgenstein: “el mundo es todo lo que acontece, es la totalidad de los hechos, no de las cosas”
Así que ahora me he apropiado de todas las cosas que contemplo y he empezado a construir un mundo propio para ilustrar con él. Porque mirar es una forma de apropiarse del mundo.
Hurtamos cada objeto para devolverle otro significado: un pez que se vuelve corazón, el dolor como un árbol que crece en el pecho, el ruido volviéndose un enjambre de venas o las piedras que se vuelven ojos. Escenas fragmentadas que vamos interpretando.
Es como cuando encontramos una fotografía abandonada en la calle y con lo que vemos imaginamos o tratamos de imaginar su historia. Tantas preguntas quisiera tener como fotografías.
Sí, pertenecemos a una serie de fragmentos contados por otros. transcurrimos como pequeñas piedras que sueñan con el mundo, somos añicos de una gran roca que contempla y que termina con las manos vacías. Porque también la ilustración nos abandona dejándonos solo recuerdos de aquello que hicimos. Estos son los fragmentos de la contemplación.

IV. PAREIDOLIA
Ilustrar es la oportunidad de hilarse en “el mundo” junto con otros fragmentos que somos para formar el imaginario de nuestra creación. Es así como el fragmento intenta regresar al universo, entrelazándose. Nosotros nos entrelazamos en la ilustración.
Construimos los hilos que unen aquellas cosas separadas. Entonces todo cobra sentido. Michel Petit dice bien, el libro nos reúne.
La única frontera es el límite de la ilustración, donde nunca paramos de colisionar contra esa lontananza infinita que es la hoja en blanco, que unas veces nos tapa los ojos y nos hace soñar y otras veces nos hace huir despavoridos frente a ella.
Sí, la ilustración es una mancha que encuentra dirección, que encuentra una imagen perdida que teníamos extraviada. Porque todo aquello que vemos asomado en el techo de mampostería, en las arrugas de un papel, en la mancha que deja la tinta, en el rastro del pincel sobre un papel o en las formas de las nubes ya lo hemos visto antes dentro de nosotros, solo que con el tiempo se nos ha diluido.

V. FRAGMENTO
Ahora y después de algunos años, empiezo a ver con un poco, solo con un poco de claridad. La necesaria para que sea a donde mire todo cobre sentido. Ahora sé que el mundo es una gran metáfora.
Soy feliz imaginando ilustraciones, completando ese faltante para ser otro faltante.
Mi trabajo no explicará nada jamás, será solo un fragmento de historia bordado en otra historia, la figura que calla, la otra que mira, las escenas deshabitadas, insistentemente en el mismo espacio, jugando con los silencios, con los vacíos, con el gesto, con la mirada, con el poco color que queda. El deseo de ser  como esa fotografía de un desconocido que encontramos en la calle o como la nota de alguien que le falta la última parte. Un espacio compartido en el mundo incompleto para completarme.
Así ilustro, así me formo, de fragmentos, de cosas incompletas, ciertas o inventadas, reales o imaginadas, soñadas o recordadas, robadas o ingenuamente llamadas propias, de partes que se buscan, que intentan pertenecerse, fragmentos de historias que se dispersan y que quieren ser contadas.
Tal vez tenga la misma confusión con la que comencé, pero ciertamente ahora, tengo de cierto que contemplar el mundo desde un fragmento es mirarse por completo.

domingo, 3 de junio de 2012

Pensar lo contemporáneo.


Leía alguna vez sobre las ideas de los universos paralelos en la física cuántica y creo que es el paradigma perfecto para entender la eventualidad de la ilustración, de hecho es una definición exacta. Saber que existen universos paralelos y simultáneos que coexisten en el mismo espacio-tiempo y que solamente se ven desplegados por un observador desplegando sus posibilidades (esto es un poema ontológico que solo la física puede engendrar), es confirmar el concepto que se tiene en nuestros días de que en el libro ilustrado y la ilustración, con sus diferentes códigos yuxtapuestos, pueden leerse múltiples significados, pero que además éstos se despliegan simultáneamente y solo a través de un observador-lector. Los paralelos simultáneos que esperan en una sola hoja convertidos en libro.

Es así, la poesía se deja observar en cualquier lugar donde el universo emane vida y viene como bocanada de aire fresco. Esta hendidura generosa es directamente el abismo del que surgimos sin memoria y que nos devuelve un poco de lo que somos a la vez que nos vamos sumergiendo hasta volvernos a perder. Sin embargo más allá de esta fascinación mística, estos paradigmas terminan por provocarnos la pregunta básica y profunda de lo que somos y sobre el tiempo en que vivimos. Es pensar y observarse: lo contemporáneo.

En nuestros días la “cultura material” junto con sus modelos de producción y sus crisis, han terminado por anquilosar nuestro ocurrir, incluyendo lo que pensamos sobre la ilustración. De ahí la importancia de volvernos a observar en la dimensión de nuestra época para reencontrar el eje perdido y tratar de retomar esa trama significativa que nos aleje del extravío en la conglomeración actual.

Existen múltiples usos y definiciones de la ilustración, pero independientemente de cada postura, el cuestionamiento existencial de dónde estamos parados, nos obliga a evaluar cada suceso frente a lo que cada quien crea que realmente es el sentido de nuestro quehacer.
Sea tal vez la reflexión sobre lo contemporáneo, el pensamiento que nos asuma en nuestra condición fundamental para retomar rumbo, recuperarnos del amasijo de lo que ha venido siendo. La idea sería ganar gravedad, peso, alejarse de esta liviandad, y qué mejor que los ejemplos poéticos de la ciencia.

La cercanía con otros ámbitos del conocimiento es una forma de hender la conglomeración de lo establecido, permitiéndonos esa perspectiva tan necesaria y vital que es la respiración. Por eso la referencia sobre la física cuántica y los universos paralelos, porque ese saber de la ciencia que devela la mecánica de la poética del universo, nos entrega la posibilidad de estructurar, en el propio reflejo del pensamiento lo que consideremos pueda ser la dirección.
Particularmente la física es un modelo que ha germinado maravillosamente el acto creador, recordemos esa puerta que fue la física cuántica con el cubismo. Es así, el gran espíritu del conocimiento que interpreta y genera siempre, ha sido un vórtice generoso.
Así pues, las circunstancias actuales en las que operan las imágenes ya no es solamente una percepción ideal o lírica. Se trata de un hecho real, concreto, cierto, las imágenes son universos de posibilidades simultáneas, en espera de ser leídas.
Entonces vendrían las preguntas, ¿Cómo nos relacionamos con nuestra obra?,  ¿la entendemos por asomo? o ¿sencillamente nos escudamos en lo llamado “artístico”?  ¿Cuántos códigos hemos abandonado en nuestro trabajo?, ¿Cuantos universos contenidos en la imagen hemos extraviado a la suerte?.  Ahí la urgente necesidad de acceder a esa extensión que es mirar lo que nos rodea.
Porque hablar de contemporáneo, es hablar del espacio que nos permite observarnos en distancia, lejanos pero pertenecientes a nuestro tiempo, es la propia percepción que asume lo que observa y es la forma de encontrar rumbo. Ahí es donde hay que pisar. Tantos modelos editoriales que vemos y que habría que replantear al menos para saber por dónde ir o hacia dónde dirigirnos como creadores.
Bien, pues esta es la exigencia que el ilustrador debe cumplir, ya no intuir; debe comprender y asumir la propia época, no es ya una propuesta opcional, es un requerimiento básico. Así, con esta determinación, tenemos la lógica clara de entender que en nuestros días, la ilustración debe ser un lenguaje contemporáneo que llene y ocupe estos paralelos.

Tenemos ejemplos muy claros que se mueven contundentemente desde hace tiempo, que no es que sigan sobre la misma línea, aunque tampoco la abandonan, sino que construyen y aprovechan sobre esta simultaneidad, que dicen que esta condición es una forma de ser contemporáneo, que requiere y ocupa nuevas relaciones. Es esa articulación lo contemporáneo, lo que nos mantiene en el desfase de la percepción (tal vez la condena a la que se refería Rene Girard).  No es solo suceder en nuestros días, es más bien balancearse trágicamente entre la separación y la pertenencia. Por supuesto un ejemplo claro es el libro álbum, aunque también están otros ejemplos artísticos contemporáneos como las instalaciones, los performances, las intervenciones u otros ejemplos creativos, y por supuesto toda obra artística.
Esto nos encara lo que en un principio la intuición asomaba, que los lectores-espectadores, son los que validan una de las tantas posibilidades que puede tener la lectura que escribimos, con lo cual debemos conocer por completo estas estructuras. Claro, siempre dentro de un ámbito distinguible, no es que se hable del natural ejemplo de que todo en este mundo se puede leer y por ese malentendido poner cualquier estupidez; claro, se puede leer, pero lo que nosotros debemos ubicar es el artificio de la creación, la escritura de nuestra propia mirada. Por tal, hablamos del compromiso para asumir el discurso como posicionamiento ante nuestro propio tiempo. Cuál es la idea de la ilustración sino comunicarse expansiva y poliédricamente desde un lugar, eso es la cercanía que nos lleva a lo contemporáneo.
Borges usa una definición perfecta: dice del arte prisma, a diferencia del arte espejo que solo refleja una realidad, que éste desdobla la luz en haces de diferentes colores generando otras luces que puedan desdoblarse en otras tantas, “es como si ante sus ojos fuese surgiendo auroralmente el mundo.” Uno activo y otro pasivo. Así es la ilustración contemporánea, un lenguaje prisma que ilumina mundos y que colorea a otros. Así se necesita que perciba el creador al mundo contemporáneo.
En nuestros días ya no es suficiente con representar información o espejear la realidad, una escalera-una escalera, un árbol-un árbol, un niño-un niño: estas son solo condenas y desgastes absurdos a la palabra y a la imagen, la sinrazón de nuestro trabajo y con ello el libro mismo.
Creo que la ilustración debe pensarse como un lenguaje profundo, polisémico, pero principalmente debe ubicarse. ¿Por qué?, ¿para qué?, a mi entender, en esta época donde se producen miles y miles de libros ilustrados, se arrumba gran parte de la producción editorial a la mera idea de “producto”, olvidando ese valor ontológico que tiene por naturaleza, además nos hemos poblado de tantas imágenes, que es fácil confundir la imagen que informa con la imagen que medita abundando cada vez más lo estrambótico. La ilustración, es cierto, ha perdido ética y sostén, es hora de retomar su idea primaria como escritura humana, con lo cual el creador de imágenes ya no solo será el realizador de estilos, o de virtuosas técnicas impolutas desplegando pincel, ya ni qué decir de los copiadores de copias copiadas y modas pasajeras, sino que sea en definitiva un verdadero espacio discursivo de nuestro suceder como posibilidad siempre a desplegarse. La idea del gancho visual, de la ilustración “bonita” es insuficiente un estado endémico que debemos abandonar y  que responde más a nuestro tiempo, que no a lo contemporáneo.


Los compromisos deben conformar a un nuevo tipo de ilustrador, aquél que no solamente erija desde la estética, sino que además construya desde un fundamento y reconozca el espacio de la ilustración como ese vórtice incesante que es. La idea es aceptar esta oportunidad de ser un vaso comunicante.
Sí, contraer el compromiso universal como “generadores de contenidos” (dicho con exactitud por Ajubel), contenidos surgidos de esa grieta que es nuestra mirada, que pesar de que, y justamente, nuestra persistencia en nuestra mirada nos separa, también es nuestra mirada y la forma en que miramos al mundo lo que nos une y nos permite pisar ese espacio sagrado que es la creación. Es esa bisagra inventada entre lo separado que estamos y la pertenencia inherente de nuestro tiempo lo contemporáneo del ilustrador.
Así la simultaneidad de mensajes, que profundiza, que construye el juego de las puertas infinitas convergidas en una sola a la espera de abrirse por la lectura, nos permitirá discurrir desde esa orilla que es el juego de la ilustración con peso humano.
No hay más, el ilustrador debe pensar lo contemporáneo y debe generarse. Debe asumirse en esa fractura eterna que lo orilla a la lejanía, porque justamente ese compromiso es la primera piedra que le acerca, a lo que le tenga que acercar. La lejanía y la pertenencia sobre el propio tiempo y sus formas, la hendidura que nos dice: “debajo estoy yo”. La idea del ilustrador contemporáneo.