Kundera habla de las diferencias entre las veredas y las carreteras, una diferencia entre el mundo antiguo y el mundo moderno: el transitar y la prontitud.
En una, el andar se lleva y se dibuja dependiendo de la geografía del lugar, en la otra, el trazo irrumpe buscando la línea más corta entre un lugar y otro. La vereda lleva su tiempo y permite la contemplación, mientras la carretera pretende no demorar en absoluto concentrando rigurosamente toda mirada, de tal forma que el hombre se desvanece hasta que arriba al lugar, a diferencia de la vereda en la que el hombre nunca deja de percibirse.
Si, los caminos se han soslayado. Trasladarnos ahora es tiempo perdido, es vida anulada. El transcurrir se ha confundido con la tardanza y lo inmediato lo requiere todo.
Ese vértigo que atrae sin demora, vivir pronto, rápido, inmediato. Transitar las súpercarreteras. Hemos olvidado el tiempo que nos prolonga. Lacónicamente nos hemos vueltos tan prontos.
Entonces, la antigua lentitud del ser para andar.
En ello, el libro álbum debiera ser tan antiguo, porque en su naturaleza generadora arraiga al lector la necesidad de equilibrarse en esos espacios, con otros ritmos, con otros tiempos, con la belleza de la lentitud, a contraposición de lo cotidiano y su velocidad. El libro álbum es contrapeso cultural de la forma inmediata, es espacio siempre mediato, territorio oscilante, donde lentamente transcurrimos.
Entonces construir el enclave del libro álbum es trazar las geografías que permitan el tiempo dilatado, donde se pueda estar incesantemente: una lectura construyendo antigüedad.
El libro álbum debe ser ruptura del tiempo-inmediato para recuperar el tiempo-prolongado. Donde la idea de lo humano vuelva a ser vereda, donde nos opongamos a lo inmediato, "la extensa morada".
Por ello la necesidad del discurso profundo y contenedor, porque un libro álbum es morfología del andar. Y somos, los ilustradores, mitad de ello.