viernes, 31 de diciembre de 2010

EL LIBRO, RECONSTITUCION DEL POLVO

I.

El silencio es una idea del universo que siempre ha permanecido en el hombre como la nostalgia que nos acompaña, es el deseo de sumergirse otra vez en el momento primero donde el silencio virginal e intemporal lo cubría todo, reduciendo esa angustia de sentirnos fragmento, es el silencio donde sin decir nos erigimos como seres humanos, silere de donde fuimos expelidos para vivir en el destierro del tacere donde aprendimos a nombrar el mundo. La irrupción de la angustia en el ser que busca alivio. El silencio de la palabra no dicha, que fermenta, que imita, que convoca al universo; el silencio del ser, no de lo nunca advenido. Dicen los poetas: la herida.
El silencio inefable, la voz que inunda y que ahoga, ese follaje de mar que nos alivia y angustia con su sombra, que nos supera y nos envuelve, ese silencio de libro: mansedumbre del fragmento.
Si, somos seres separados, de fragmentos, seres que nombramos el mundo para habitarlo en orfandad, con el hueco que siempre deja el abandono en el cuerpo, en la arena, inventando el mundo, construyendo ciudades y sociedades cercadas de incertidumbre, y de éste silencio, construimos la palabra para albergarnos en ella. Entonces, el exilio nos acoge como el desierto recoge al polvo y se germina. Así nace nuestra necesidad de pertenencia, por los vacíos y por la orfandad, así la palabra, que nos devuelve la voz para llenar la oquedad que somos, como un espejo que abisma y que refleja esa otra inmensidad del universo tan parecido a nosotros, nos pertenecemos. Entonces el árbol que nace del cielo y crece en la tierra se hace libro, entonces la metáfora aparece como hombre y como mujer, en medio del cielo y la tierra, como la palabra en la boca. Silencios uno y otro.
De ese silencio que arroja y que recoge se transmuta el polvo, como semilla y como muerte, es señal de procedencia y de vínculo, de él la palabra se hace para aliviar la angustia como promesa divina, sonido del universo que cae en el libro para oponerse al olvido; es la memoria perdida que se recobra cuando leemos, de ahí que nuestro recuerdo nazca en la palabra, porque su ceniza permanece en nosotros. Es el libro la roca que sedimenta el polvo, un pináculo enhiesto ante el extravío para señalarnos aquí y allá, para contener el tiempo, convocando a congregarnos nuevamente para existir: el libro es lo benigno del tiempo. Fragmentos que regresan, como en la idea cristiana donde el ser regresa a los cielos y deja la tierra, conjuro contra la angustia y el vacío. Y de esos silencio el libro debió haberse formado como la promesa del polvo, siendo sostén de este abandono. Signo de transitoriedad.
Dispersos los fragmentos solo queda encontrarse, hojas que separadas de un mismo árbol se reunen en el follaje del libro para regresar, por un momento, a esa vastedad que es el silencio del universo.


II.

Olvidado todo, caemos del último árbol del mundo que no sabe esperar más, el cuerpo seco del abandono que alguna vez fue todo y que ahora sin lugar de origen se disuelve en la nada, se vuelve mar negro que todo lo traga y que ya no devuelve, como el olvido. Hemos perdido toda pertenencia y nos hemos vuelto absurdos y con la absurdidad la palabra, que es sentido, desaparece, sucede por lo tanto la disolución del tiempo en donde se guarda lo humano y la velocidad impide los lugares, sobre todo los que se dilatan para reflexionar, vivimos en una celeridad en donde todo tiene que ser inmediato, en ciudades donde no podemos detenernos y nos relacionamos solamente por inscripción, sin esa idea de común con la que se forja las comunidades. Quedamos entonces desprovistos de una naturaleza de origen donde surge el pensamiento, sin espacios reflexivos donde ocurramos detenidamente; disparados en un sistema vertiginoso que corre sin detenerse, destinados a la eternidad del fragmento por un cerrado intersticio entre tener y producir. Y en esta absurdidad hemos perdido casi todo.
Así, dejamos de acontecer para volvernos vanos bajo la velocidad de los sistemas que no saben esperar y que su inmediatez nos reducen a meras preconfiguraciónes esquemáticas de pensamiento, para paliar los vacíos existenciales con otro orden que no pertenecen a la naturaleza de lo humano y que responden más bien a un excedido artificio abstracto, ya ni siquiera material. Nacer para ser exitoso, para acertar siempre, para ser célebre, inmediato, pronto, axiomas basados en el dinero y el poder vertical. Estos esquemas en los que nos desarrollamos destruyen la lentitud y el tiempo dilatado, naturaleza indispensable para el libro, alejándonos de él como de otro sucesos también indispensable en el ser humano como la reflexión, corremos sin importar las urgencias de la vida, entendemos el mundo según el poder despótico y según la publicidad, la imagen de producto: un mundo abstracto. No solo los soportes de comunicación y cultura como la televisión mexicana y la cinematografía comercial del mundo han impulsado la cultura frenética, histérica, esquizofrénica y petulante, sino que además algo que se ha vuelto signo de veneración en nuestro país como la mercadotécnia ha convertido todo lo que es el mundo en mercado y los significados posibles que pudieramos tener se reemplazan por solo modos de valor abstracto y productivo, relaciones de posesión, monarquías del éxito, antropofagia de liderazgo; todo debe ser inmediato, bulímico, poderoso, avasallador. Una implosión tergiversada que nos circunda en todos sentidos, un mundo unimental.
Y ahí, en esa situación, el libro es imposible, más allá de las estructuras inhabilitadas, más allá de las irresponsabilidades institucionales, más allá de la cultura superficial, el espacio dilatado y vital de cada persona ha desaparecido y se ha disuelto el rastro del polvo que somos. ¿Cómo entonces considerar el mundo detenidamente?, si no existen los espacios y el tiempo para ello, como si lo hubieramos olvidado todo. Nos hemos abandonado sin saber que vivimos y nos excluimos solo a vivir: nos ha devorado la espesa inutilidad del absurdo. La imposibilidad de estas sociedades nos aleja, porque no pertenecemos a la celeridad, ni a la inmediatez, pertenecemos, como el libro, a la lentitud, lentitud donde sucedemos como contrapeso a la levedad del ser. No hay otra manera de presenciarnos, y el libro es espacio y tiempo para ello. Las realidades y las materialidades no son suficientes para autentificar nuestra existencia, solo si la interlocución viene del libro, ahí el ser humano se presencia, se erige, por eso esta gran importancia de mantenernos cerca. Ese espacio dispuesto como horizonte abierto, donde nos nombramos, nos formamos, donde nos leemos, hace permanecer el universo a través de la palabra que se escribe, perpetuándonos así en su signo mientras nos entendemos como polvo. Y es que tenemos una distancia con los significados por abandonar los libros que ya hemos perdido el carácter de lo humano, lo que nos hizo fundarnos, y tal parece que solo somos un extravío de incoherencias sofisticadas.

Perdida la oralidad, la voz, la razón y dilapidado irreflexivamente el lenguaje, no queda espacio para ser y para ocurrir, solo laberintos momentáneos que nos alejan cada vez más de todo. Nuestra vida humana se ha perdido.

Es el libro entonces un lugar al que debemos regresar para reunirnos con nosotros mismos, reunirnos como las hojas se reunen en el libro. Leer para volvernos vocablo, asumiendo ese misterio que siempre hemos sido, sin saber cómo ni cuando se termina pero en continuidad. Continuarnos en la palabra que insemina el universo. Es entendernos cuando las palabras nos explican, es empezar a recordar, justo por el corazón, que ese espejo en donde nos vemos es un camino que nos encuentra, solo así retomaremos la lentitud para poder acercarnos al universo que es el libro.


III.

Hemos olvidado tanto que parece que lo hemos perdido todo, como perder la forma y el cuerpo o como perder la voz, es quedar sin habla y que la palabra no vuelva nunca más a decirnos nada, es estar sencillamente a la deriva sin lugar alguno, es así la lontananza del libro. Sin embargo insistamos en él, porque sin esa superficie bruñida en blanco, ni el silencio, ni el polvo, podran resonar. Porque siendo aquello en lo cual todo se funde y aquello a donde nos dirigimos, nuestro ser tendrá que erigirse como silencio humano y como polvo infinito recuperando su reverberancia, para, sí, sabernos fragmento, pero no fragmentos de olvido, sino fragmento de universo donde el hueco del signo nos aloja. Sí, el silencio y el polvo son un acto de reconstitución, son un acto de fe.

Existimos entonces en el rastro del polvo que nos dibuja, más aún, nos formamos, sus líneas reflejan los latidos de un universo por el que nos vamos encontrando, reencontrando. Somos ese vocablo misterioso que proviene de la soledad y termina en la comunión del libro, la escritura que nos salva de la mudez para perdurar y aliviar nuestra fragilidad, voz que vive en las páginas del libro y que es signo de procedencia. Con ese nexo nuestra vida es una urdimbre que de perder su origen flotaría como una broza de escombros sin germinar jamás.
Ser y leer es sinónimo del hombre y de la mujer, de la primera escritura, que sin duda debió ser un hueco, tal como la memoria lo hace con los recuerdos; escritura que tuvo que provenir de la cavidad que queda en el material después de golpear la piedra o la madera o el pozo que después de empujar la arena queda como huella: ahí nuestra oquedad, nuestro espejo; hueco de lo invisible, de lo que somos, no hay otra manera de entenderlo. Tiene razón Saint-Exupéry, lo esencial es invisible a los ojos. Así de sencillo es el poeta, así de sencilla debe ser nuestra existencia, sin el doblez sofisticado que guarda la estupidez y sin la tergiversada facultad del poder, solo y sencillamente en el origen que somos. La única certeza.



Reconstituirnos así para aliviar nuestra nostalgia y para recobrar esa unidad, para no perder ese fundamento y para recuperar el ser; leer para mirar el mundo por los signos que ocupan esas huellas que dejamos, para abismarse en esos agujeros negros que llamamos palabras escritas, para sumergirnos por un instante en el silere. El libro es el alivio, el lugar de reunión, la continuidad, nuestro misterio, la significación y la resonancia del universo, el silencio que nos labra, el polvo constituido del ser. Entonces, ahí, al final, donde todo se dirige, reconstituirnos como el universo que somos.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Callar e imaginar



Un dibujo son los ojos queriendo ver a un Dios.


 

jueves, 9 de septiembre de 2010

Mirar y decir

 
Las palabra son los ojos de un Dios que nos mira.


jueves, 22 de julio de 2010

Fragmentación y cuerpo de la ilustración en México.

La intermitencia en la formación que existe entre generación y generación de ilustradores en México es una fractura en la continuidad del conocimiento que no ha permitido consolidar una línea histórica reconocible desde dónde partir para proyectar nuevos horizontes. Las ideas como sus discursos se disuelven entre las hendiduras generacionales, apareciendo y desapareciendo con cada ilustrador que surge y cada vez que se pretende renovarlas no logran presentar ningún cambio. Es una reducción a trabajar sobre lo ignorado distanciando el avance de los entendidos de ilustración. Pensar que con las nuevas generaciones se podrán renovar las perspectivas sobre la ilustración automáticamente es un fallo, tampoco lo será si dejamos esta tarea al entorno de nuestro trabajo, y aunque las circunstancias van cambiando para todos, habilitándonos poco a poco a enfrentarlas mientras nos sostienen momentáneamente, no supondrá ningún avance fundamental. Así, el estado general de los entendidos de ilustración se mantienen sujetos, agotados, como un paisaje rígido que hay detrás de un tiro al blanco que sirve de fondo mientras gira una rueda en torno a su propio eje, apareciendo y desapareciendo las mismas figuras una y otra vez, haciendo parecer que todo se mueve.
Es este estado, en el que nos desenvolvemos, lo que ha pasmado la historicidad de la profesión y en consecuencia ha asfixiado el crecimiento de las ideas procedentes para replantearlas y proseguir con nuevas realidades, impidiendo además construir esa base fundamental de funcionamiento que la historia produce en el artista. Urge definitivamente profesionalizar y abrir los modos de estar del ilustrador.
Las ideas de ilustrar en México han sido una invención de los entendidos muy ad líbitum, no de estructura; extraviando con ello los avances que pudieran generarse en un pasado e iniciando siempre desde nada todo comienzo. Sin duda, y a pesar de ello, es cierto que se puede erigir una postura frente a la labor con cierta estructura, sin embargo ésta no llega a hacerse consciente, es una inercia y nos mantiene únicamente por la superficialidad de la creación, marginándonos a paliativos que suplen esa hondura reflexiva que la actividad de ilustrar debe tener. Solo en ciertos casos la particularidad de los artistas ha logrado profundizar en una postura creativa, sin embargo muchos otros se mantienen confinados en el recurso exclusivo del estilo como forma de estructurar, trivializando contenidos y a merced de la inspiración.
Creo además que es importante entender que el ilustrador debe  fundar una postura desde su momento histórico y humano para poder visualizar verdaderamente la profundidad de la profesión y asumir tal dimensión, ya que de no ser así nos reducirá y nos mantendrá clavados a los artificios estéticos que solo connotan un vacío y que nos cercan a los perceptos kitsch. Las tendencias, las modas, las vanguardias, incluso las nuevas tecnologías o hasta el estilo, son, sin éste peso conceptual, disimulos falsos que tarde o temprano pasarán sin peso alguno sobre la idea de ilustrar. Así pues, tenemos un lastre que nos mantiene a esa rueda de feria para aparecer y desaparecer una y otra vez sobre una estética socaliña y remedada que hay que romper.
Hay que generar reflexión sobre la información, construir pensamientos, enlazarse en el diálogo, definir los entendido colectivos y personales, y de ahí entonces empezar a crear. Tenemos un panorama fragmentado que no puede hilar historicidad alguna, nos mantenemos excluidos cuando deberíamos ser vasos comunicantes, provocamos un aneurisma que impide la oxigenación con conocimiento, con información, padecemos una misantropía, irónicamente nosotros que trabajamos en éste espacio de reunión que es el libro. Éste discontinuo proceso seguirá fracturando por mucho tiempo el carácter dialéctico y seguirá anulando cualquier transmisión de ideas si seguimos replegados sobre nosotros mismos, así es como la ilustración en nuestro país se ha mantenido relegada, a través de criterios que van surgiendo solamente con la experiencia y con la información que uno va acumulando, manteniendo esa limitante en los modelos de estar y de crear
A reserva del trabajo, muy sobresaliente por cierto, de Guillermo de Gante en sus diplomados, no ha habido otro trabajo que enlace y que disponga de estructuras suficientes para conformar la profesionalización de la ilustración en México, y aunque es cierto que en estos últimos años han surgido talleres de ilustración y algunos encuentros importantes como el de Oaxaca producido por la FILIJ, no es, ni será suficiente si permitimos esa intermitencia y no empezamos la discusión, no en persona, sino en ejercicios de crítica, de estructura, de profundidad en el  trabajo, de enlace; si no sorteamos esta circunstancia retraída que limita todo nuestro desarrollo a meros ejercicios de encuentros de experiencias; si no construimos un verdadero sostén cognitivo de procedencia que desarrolle, provoque y genere posturas; si no construimos desde los conceptos e ideas; si no nos dirigimos hacia una profesionalización, entonces, la ilustración en México seguirá inconexa y se mantendrá como cuerpo yerto. Sustentándose solamente de excepcionalidades mientras la gran mayoría se mantiene en la mediocridad, de importaciones que no devuelvan la mirada, de decisiones editoriales con fines de mercado solamente, consolidando el objeto  ante la pérdida del sentido, de una estética empobrecida, de la ausencia de nosotros mismos.
Y a reserva de la falta de atención que han tenido las instituciones y universidades para esta actividad, los ilustradores tampoco hemos trabajado por consolidar ningún vínculo que genere alguna colegialidad en la que podamos participar para modificar ésta situación. De ahí la importancia de asumir un compromiso de anexión y diálogo en grupo para incidir en las circunstancias de nuestro trabajo y señalar los horizontes. Sin duda es un trabajo que necesitamos aparejar con los compromisos personales sin esperar edificios por habitar. La idea es clara, no estamos excluidos sino sólo por nosotros mismos, el ejercicio personal de compromiso es una línea que termina en el compromiso colectivo y puede ser tan inmediata como trabajar con conocimiento, con conciencia, abandonando la indiferencia y criticando abiertamente con la propuesta. Al final, en determinado tiempo, todo ese trabajo abrirá los espacios que tanto reclamamos, incidiendo en las relaciones creativas y le devolverá a la ilustración su valor significativo y creativo. En fines prácticos, es una necesidad primordial para consolidar el trabajo individual, entender  que no se puede desarrollar el trabajo de la ilustración desde el entorno del sistema en que nos relacionamos productivamente, más bien revisando nuestro estado actual analizando la historia y reflexionando su información para erigir desde una postura cierta las ideas con conocimiento de la ilustración.
De ahí la necesidad de pensar verdaderamente en una asociación de ilustradores como lo plantea Ricardo Peláez, pero con un carácter de foro dinámico, que vincule conocimiento e ideas, que promueva el análisis, la discusión, la reflexión, el encuentro y que busque en la vinculación los conceptos fundamentales del funcionamiento de ilustrar como profesión creadora, solo así se puede pensar en ocupar plenamente los derechos de autor: siendo creador. No hay por qué limitarse a un directorio de ilustradores o a escaparates de merchandising grupales, sino más bien pensar en un organismo que conecte, que mueva, que organice seminarios, laboratorios, exposiciones, asumir el compromiso de trabajar desde lo colectivo donde no hay trabajo, no esperar una paternidad que no existe. Incorporar a nuestro ámbito la presencia de la crítica especializada, del análisis que se dan en las universidades, del ensayo de autor, reinventar en nuestro modo y a nuestro tiempo la profesión de ilustrar, ser contrapeso con conocimiento en las ideas del libro para establecer nuevas formas de relacionarse, incidir en los libros directamente como creadores. Creo que en la medida en que nos reunamos, nos identifiquemos y abramos la discusión a las diferencias se encontrarán los sentidos y definiremos, en lo individual, el nuevo cuerpo del ilustrador mexicano.

domingo, 27 de junio de 2010

El mundo es lo que pensamos.

Reflexión sobre el trabajo de Pablo Amargo.

Encontrar sentido a las cosas es un acto vital, indispensable, nos define, aunque siempre lleva un tono trágico, porque nos arroja al lugar de donde partimos en esa búsqueda: el silencio absoluto. Paradoja ilusoria como quien lee un libro.

Cuando se empieza a leer sucede un estado de excitación por la expectativa, muy parecida a la que le acontece a uno cuando ve un paisaje y de inmediato empieza a  andarlo, igualmente ocurre con un libro álbum, expectativa que se va transformando en fascinación conforme uno se va adentrando y el libro resulta bueno. Entonces, casi al final, esa fascinación se va transformando en una angustia que lo arroja a un enorme vacío al concluir la última página. Es como cuando uno voltea después de haber andado un paisaje y lo observa detrás de si. La gravedad de un punto final o de un camino dejado. Dice Edmond Jabès, “el punto final del libro es un ojo que no tiene párpados.”

El primer libro que conocí de Pablo Amargo me ocurrió de la misma  forma, la cubierta era un enorme punto final que estaba en un comienzo. La contundencia y profundidad de su imagen se desplegaba junto a una palabra, la monocromía trabajaba para acentuar el único color rojo, enseguida una figura se disponía a combatir a un corazón y posaba en guardia mientras discretamente una llave se prestaba para accionar el juego.
La imagen de un juguete de cuerda de un boxeador y la palabra “Los novios” armaban una especie de escultura dibujada muy legible y que disparaba ideas, lecturas de ideas sobre el amor. Fue entonces que una vez comprendido me sucedía en su trabajo, y  en cada libro, la fascinación por comenzarlo y la angustia al terminarlo. Siempre había que pensar en todo lo visto, aunque creo que algunos de ellos son libros que nunca se terminan de leer.  Creo que Pablo Amargo es un ilustrador que recorre perfectamente sus caminos pero que no los entrega, sino que busca los no andados y es justamente ahí donde construye sus imágenes. Parte fundamental del trabajo de Pablo Amargo es el silencio, el silencio en los blancos que observan y que permiten lo que hay que decir, esculpiendo sus figuras monolíticas sin fisuras que están cuestionando en silencio.

El lenguaje aforístico en Amargo es exacto, conforma vocablos plásticos, en su rigor, compromete la lectura, es inevitable no leer sus imágenes,  ésta escritura precisa, la que va dibujando sus figuras, y que, en el ácido de la lectura (pienso que un ácido es justo una lectura que deja impresión), graba en su piedra un pensamiento visible. Así, Amargo se presenta de tajo, sin concesiones y como roca exacta en la silueta de lo contundente, litografías de su pensamiento.
Su trabajo se desarrolla proponiendo soluciones cada vez más poderosas, en uno de sus últimos libros “El río que se secaba los jueves” sus ilustraciones plenas y profundas abarcan  un tono sobriamente fantástico y su último libro “Exportaciones Insólitas” además, extiende una lectura en las imágenes que son una especie de apuntes metafóricos muy poéticos, indudablemente son ilustraciones que habitan los posibles y que navegan la paradoja de este círculo, un tanto complicado, de discurrir siempre desde la nada.
Sus libros asumen el silencio que deja leerlos y en su posibilidad se convierten en sólo caminos que prestan un paisaje para andar, trazando nuestra figura del entendimiento.  Inician en la fascinación extremadamente silenciosa y tienden una urdimbre con el texto en un juego amargo que es fascinante, es como entender todo sin poder nombrarlo: nuevamente ese silencio.  Leer sus imágenes nos arrincona de tajo a la reflexión, una y otra vez, después de haber sido arrojados por el texto y por la propia imagen, quedamos siempre frente a él, un acto amargo de un recorrido sin lugar.

Amargo hace a veces ranuras, grietas, siluetas, formas de lo imaginable, siempre poderosas y siempre silenciosas, el negativo que queda de restar lo que no es, y en ese mínimo espacio se habitan inmensamente en una oscura limpieza, diría Ida Vitale, reduce el infinito. Como ojo de cerradura que guarda las posibilidades de la imaginación, siempre tras esa puerta de lo evidente y que juega mucho a la metáfora, un solo ojo que siempre está abierto y que remeda al punto final de un excelente texto. Nada más por decir, todo por pensarse

Lo sorprendente de sus imágenes es lo formación de su escritura, que transcribe de un sistema verbal a un sistema simbólico sin perturbaciones, abriendo siempre la posibilidad de un pensamiento, un gran trabajo que hace del acto de leer un acto creativo, posibilitando el libro a diferentes encuentros de lectura, garantizando lecturas inmediatas como lecturas profundas, no hay exclusividad en su trabajo.

Amargo intelectualiza las imágenes, no las intuye, reelabora una especie de ideograma que contiene las ideas, Chillida gráfico o Hokusai de líneas, inspecciona la naturaleza de las cosas para producir su representación, representación de la idea, no de objetos, la intención de la línea que se transforma en plano y el plano que se hace forma, la forma que es idea: la lluvia, las ondas de lluvia, el reflejo de las ondas de lluvia, el recuerdo del reflejo de las ondas de lluvia que se hace paraguas, existen en una sola imagen. Sólo así es posible “observar la música” de una feria por los que suben y bajan los caballitos, solo así es posible “leer el vuelo” de una paloma mensajera vuelta timbre postal o hacer que las vacas “caguen nostálgicamente” hojas de un árbol o hacer del corazón el gatillo que dispara al amor, qué de aquel recortable que hace del amor un tendedero. En fin, una escritura que extiende lecturas posibles en la exactitud de su dibujo-idea.
Para este nivel de trabajo, la economía de color genera una sobriedad indispensable que vuelve a insistir en un espacio creado a conciencia, también ello es un escrito, sin elementos de más, destinada a extremar la idea, sin distraer la lectura, permitiendo un juego perfecto de composición que  rige las posibles lecturas, dirigidas todas a encumbrar los acentos.
Lo más asumible, es que las ilustraciones de Pablo Amargo existen plenamente junto al texto, necesitan el texto para operar, lo que habla de ese vinculo inherente de una perfecta ilustración, pertenecen por necesidad al libro, obedecen y dirigen el concepto del libro, tejiéndose con los elementos para construir un solo suceso, claro que ellas mismas son fascinantes por sí solas, pero su funcionamiento pleno es frente al texto, reelaborando otra idea de libro álbum y clarificando sus posibilidades.

Pablo Amargo, con su comprometido apellido, también paradójico, es un artista de pleno pensamiento que elabora posibles caminos en cada ilustración, dispone formas por sus libros para arrojarnos al silencio frente a su obra (siempre al silencio), contempla al mundo y lo piensa.
Es la posibilidad de la ilustración como encuentros de recorridos, que  nos dejan en silencio imaginando esos sentidos que tanto necesitamos para volver a comenzar desde un punto final.

sábado, 19 de junio de 2010

Ideas de entrevista II

    – En ciertas ilustraciones hay mucho del blanco y del negro. ¿Por qué presentarlos de esta manera?

    Entiendo el color como las palabras y al negro lo entiendo como silencio, pero un silencio no dicho. Me gusta su presencia, el negro es el lugar de donde todo surge, el lugar que todo dice, donde se guarda todo y que, como en la penumbra, los colores se vuelven luz. El blanco sería por lo tanto otra sonoridad, sonoridad iluminada. Así el negro será lugar natural de los sueños, como la noche se presta a dibujar con un tono perfecto los deseos. Sí, el color de la imaginación siempre empieza en negro.  Yo muchas veces empiezo desde ahí, para que el color, como las palabras, se vuelvan luz, luz roja, luz amarilla, luz azul, colores que no solo tiñen sino que además generan un tono, construyendo la atmósfera. Ahora, la economía del color es indispensable para que sea eficaz esta escritura, la monocromía enfatiza los significados del color, una gama cromática que sirva de penumbra extrema el valor de un color significándolo y jerarquizando su uso, de ahí este uso que parte del negro.

    – ¿Cómo describiría su estilo generalmente?

    Sobre mi estilo he pensado en varias ocasiones y me resulta difícil definirlo, es evidente que me atraen muchas ideas estéticas y discursivas, por lo que mi estilo sería una especie de líneas de esa urdimbre que se va tejiendo permanentemente como lo es la memoria. Ahora, algo que me orienta mucho es el surrealismo, pero no el surrealismo del automatismo sino de la forma de acercarse a las realidades. Me gusta trabajar con lo incierto y las ausencias, hallando cierto sentido en los fragmentos de la realidad, no sé si sea admiración por ese realismo mágico de la literatura. También creo en la lectura como acto creativo y eso me ayuda mucho; trabajar en los bordes de la ilustración, por afuera, en lo que no se ve, donde la memoria y las realidades se juntan, en esos resquicios intento construir un lenguaje, un lenguaje muy escénico podría decir?

    – Sobre su trabajo seleccionado en Bologna 2008

    Se trata de una serie de ilustraciones para un libro que edito Anaya sobre un tema muy hermoso, el poder “mágico” de lo femenino. “A las buenas y a las malas”, son una antología de historias en las que aparecen personajes como brujas, hadas y princesas encantadas que juegan con la idea del poder de lo femenino. Mi idea de ilustrar estos cuentos fue la de establecer una apreciación muy personal de estas figuras, tanto en lo sublime, como en lo fantástico. Jugué mucho con estas formas.
La princesa encantada que es un vestido blanco en donde asoma el rostro de una luna, la hada madrina que viaja en una calabaza, la ambiciosa mujer que se oculta tras una máscara de cuervo o la bruja malhumorada que se vuelve casa y en la que se "esconde" tras su puerta. Los personajes intentan contrastar sus gestos, formas sólidas y otras que solo se sugieren, como ésta contradicción de lo humano, o el recurso de los sombreros, que aparece como un lenguaje escénico en donde se plasma la propia personalidad.
Hay muchos rasgos de juego que buscan esa intención de lo imaginativo, un juego de retablos inciertos que no concluyen sobre este poder atractivo de lo femenino, sino solo arrojan imágenes posibles sobre el texto.

    – ¿Cómo se inspiro?

    Me ayudo mucho un texto de Harold Bloom, “La invención de lo humano”, y aunque se centra en un autor en particular, describe los artificios que se han construido en la literatura como lo “humano” y lo “fantasioso” y crea un juego del espejo sin fin, en donde lo humano genera íconos visuales y éstos regresan a construir lo humano. La idea sencilla de jugar con elementos muy identificables.
 
    – ¿Qué mensaje quizo transmitir?

    Existe un intento de concepto que me gusta jugar en las imágenes, que me ayudan a construirlas, pero no tengo intención de que se entienda todo, me es suficiente en abastecer la primera lectura y prefiero pensar en las imágenes como esos mensajes que uno pone en una botella y los tira al mar, deseando que alguien los lea pero sin jamás tener la certeza de que así sucederá, como una promesa.  Ese es el mensaje justo que desearía existiera, la de ser un mensaje en la botella. Mera posibilidad.

    – ¿Cómo creó el carácter para los trabajos seleccionados?

    El carácter del proyecto es una consecuencia del propio texto, de su escritura, aunque también me ayuda el escribir ideas cortas sobre la historia, estas palabras que surgen empiezan a dirigir todo el concepto del proyecto, dan luz al tono y a sus rasgos, una especie de análisis de texto muy sui géneris, incluso se vuelven un esquema muy literal, es como obtener de las palabras su color poético para luego escribirlas en imágenes literales en donde la metáfora se vuelve fundamental para la construcción de ellas. De estos escritos obtengo el concepto.
Algo característico es su lenguaje escénico, desarrollo una especie de vestuario o atrezzo que da carácter a la estética de los personajes y que pretenden extender su historia. Lo demás es un recorrido en busca de vereda.

    – ¿Qué material, herramienta o técnicas utilizó?

    La mayoría de mi trabajo es digital, texturas, colores, dibujo, aunque a veces digitalizo alguna textura y retomo su estructura para crear una nueva o sencillamente para usarla. Curiosamente utilizo también las palabras, el proceso es algo muy parecido a un montaje de imágenes. La forma de trabajar es comenzar con las palabras, las escribo, las uso, las muevo, juego con ellas, esto siempre me ayuda a acercarme a los elementos, fotografías, textos, papeles, colores, todo es susceptible de uso.

    – ¿De sus trabajos, cuál fue el que le significó mayor trabajo y esfuerzo? ¿Por qué?

    Unos de los trabajos que más he desarrollado ha sido la serie de Llona, primeramente porque con ella rompí la forma en que antiguamente trabajaba y la forma en que me relacionaba con el trabajo, implicó inventarme y empezar a construir una idea sobre las ilustración y los libros.
Con ella llevé un trabajo sobre la idea del anhelo, donde la escritura me acercó a la parte personal de este concepto. Entendí lo que es para mi un anhelo y trabajé mucho los espacios como una escena en donde surgían accidentes que me llevaron a las formas, como encuentros afortunados, de ellos surgían cuestiones que tenía que resolver, una especie de diálogo propio que terminó en imágenes que no sabía dónde terminarían, pero que me llevo a la serie que terminé mucho tiempo después.

    – ¿Puede compartir con nosotros ideas sobre su trabajo "LLONA"? ¿Cuál es el significado del color rojo y de la luna?

    Llona, es un ser de pies pequeños, ligeros, tragedia para ser humano con un cuerpo que anda en la tierra, casi de rostro infantil, su mirada anhelante, siempre en busca, sin saber qué pero siempre en busca, en ese impulso del deseo que lo cubre todo, como ella, incendiándolo todo, como una noche roja en la que nos perdemos.
La serie consta de tres imágenes, en donde el juego del anhelos se desarrolla, en la primera, ella, vestida de deseo, se acerca, lo envuelve, le susurra y en un abrazo profundamente rojo, que lo arropa, como la vida, le guía, le hace enamorarse de la luna, lo pierde. Llona en una noche, en una noche roja mirando la luna, curiosamente sobre la Luna, una luna enorme que igual son los cuernos de un toro blanco, nunca sabremos. Mientras el reflejo de otra luna cuelga en su Mirada.
En la segunda imagen ella le ha dejado sus alas, alas inciertas que le hacen pensar en volar, dejar el piso, intentando navegar por la noche, recogiéndose furtiva, anunciando la madrugada.
En la tercera imagen, Llona vuela ágil o eso parece, como esos peces que le nadan el cuerpo y que lo visten de locura:inasibles. Su ropa se ha manchado de rojo, como si la noche fuera él mismo, mientras ella, huye eternamente en un caballo azul, quedando la madrugada y la mirada que nunca se acaba.
Una serie de imágenes sobre el anhelo, sobre esa parte platónica del deseo vehemente, siempre ilusorio, siempre vital al ser humano. El rojo es sangre, sangre que mueve, sangre que se vuelve fuego y que lo abraza todo, rojo que es luz y que es fuego, consumiéndolo, devorándolo, vistiéndolo. Alumbrando la noche.  Y la luna siempre en lo alto asomándose para impulsarnos, aunque sea una ilusión.
Hay muchas ideas vertidas, la luna, que en el solo acto de alumbrar puede volver lunático a cualquiera (muy parecido al amor), los peces como las figuras metafóricas de lo inasible, el rojo que es una idea de sangre-fuego, las alas, el negro que hace mover todo los elementos.
En sí el trabajo es una exploración sobre el anhelo, ideas que se disponen a manera de teatro en el que intento verme.

    – ¿De dónde consigue su inspiracion generalmente? ¿Qué película, libros o música disfruta?

    La inspiración me viene de los días, de creer en todo momento en la certeza del texto. Me gusta pensar que la vida es en todo momento ficción, hacer que todo se haga una realidad, texto y pensamiento.
No hay más realidad que la que uno pronuncie.
Lorca es uno de los escritores que más me ha inspirado, Marguerite Duras, Robert Walser. En cine, considero el mejor a Theo Angelopoulos, me gusta Pina Bausch. Me gusta mucho el teatro.
Y de música hay un grupo que siempre me hace encontrarme, es un disco de un grupo llamado Stoa, o por ejemplo la música de Eleni
No sé, me inspiran los días, la gente, las fotografías, por ejemplo, Diane Arbus se me hace interminable, en fin, soy muy susceptible a ser detonado.

    – ¿Estudió ilustración en alguna escuela?

    No, estudié escenografía en una escuela de teatro en México.

    – ¿Qué influencias tiene su trabajo? ¿tiene algún trabajo como ejemplo?

    Las influencias en mi trabajo son muy variadas, pero vienen más de ideas de escritores que de ilustradores, aunque admiro mucho el trabajo de grandes artistas como Wolf Erlbruch, Lisbeth Zwerger, Pablo Amargo, Narges Mohammadi, Carlos Alonso, maestros excepcionales.
Ahora, la influencia más ubicable para mi trabajo es un trabajo que hizo un poeta mexicano, Octavio Paz, con unas cajas y construcciones plásticas de su esposa, Marie José, “Figuras y Figuraciones”, éstas construcciones eran percepciones de conceptos visuales muy bizarras a las cuales Octavio Paz les escribió un texto tan profundo y esclarecedor como irónico. Transfiguró en la imaginación conceptos visuales a conceptos escritos, al revés de nosotros los ilustradores, sin embargo es un ejercicio de lectura sorprendente y la idea más motivadora de cómo ilustrar un libro: “Más que cosas para ser vistas, son alas para viajar, velas para vagar y divagar, espejos que atravesar”.
(imagen “Les Yeux de la Nuit”).
En cuanto gusto estético, tengo un gusto por muchos pintores, desde Chagall, Caravaggio, El Bosco, Brueghel, Goya, en fin, un sin fin de genios del arte.
Un ejemplos tácito es la serie de Llona, que intenta un movimiento muy chagaliano en la figura, o “Calabacina” que navega por el mundo del Bosco, no sé.

    – ¿Para el arte, para la vida o para la diversión, qué cosa  usted tiene gusto de intentar después?

    Me gustaría mucho concluir un proyecto de animación que tengo en planes, pero no estoy muy seguro. Y escribir, aunque nunca podría ser escritor, solo como camino para seguir encontrándome o por lo menos inventándome junto con mi trabajo. Y con algunas pequeñas esculturas tengo un pendiente durmiendo.



Entrevista para dpi Magazine 2008
por Sasha Weng.

miércoles, 16 de junio de 2010

Erigir desde la intuición

Reflexión sobre el trabajo de Javier Zabala.

  La forma en que crecen los árboles, enramando su caudal silencioso, enuncia un equilibrio continuo que a veces dejamos de percibir o que hemos olvidado, sin embargo esa perennidad que lo abraza todo es un vínculo con el inmenso orden que jamás se pierde; como un dibujo que se realiza en el cuerpo de aquello que, sin saber cómo, conocemos perfectamente. Como la tinta del artista que inunda el papel dibujando la forma que presentimos desde antes de que el pincel toque siquiera parte alguna del papel. Es el péndulo de la intuición, que sujeto siempre por el instante se balancea entre infinidad  de fuerzas, como un torno delicado que lo dibuja todo.
La perennidad nos abraza.

    Intuir es percibir, re-conocer algo, el dialogo permanente, entonces la instrumentalización de los lenguajes creativos como interlocutores de esa percepción del mundo, literalmente como traductores entre el lenguaje del ser y el lenguaje del universo, nos acercan y juegan a regresarnos, por un instante, al vasto universo, completando ese re-conocerse. Así, igual de maravilloso que es observar un árbol lo es también leer un libro ilustrado con plenitud, ambos nos hablan de aquel invisible mundo que nos dibuja. No es una exageración, es entender el valor del libro como axis mundi que nos acerca y nos define. Naturaleza tan propia y tan antigua como el libro mismo.

    Recuerdo el primer libro de Javier Zabala que conocí, El soldadito Salomón, recuerdo su alongado personaje, su enorme sombrero, recuerdo sus gatos sobrios, las líneas alargadas, los edificios volviéndose humo, los montajes francos y llenos de soltura, el mundo de trazos y trozos que se acomodaban con naturalidad, pero sobre todo recuerdo el mismo vaivén que tiene la hoja en la rama, como la de un pino, dibujando las ilustraciones. Un libro ilustrado desde la intuición, en el vaivén de la lectura como lo hace la rama.
    Zabala habita esta fluctuación dibujando las formas desde la intuición, dejándose llevar por la soltura, manteniendo ese vínculo directo con el movimiento y el presentimiento. Una relación que guía la mano en el trazo, que la suspende o la impulsa, la misma que hace que la tinta inunde como lo hacen los ríos en una planicie, encontrando vereda, sin rigidez. Sobre esa temporalidad navegan los elementos, encontrando plasticidad a cada gesto, instante a instante, con la calma con la que crece el cerezo, generando espacios apacibles en el libro, como arbolando la neblina del lienzo, sobre el sustantivo del blanco, intercambiando entre páginas el aire que libera y que hace respirar la lectura; mientras las formas negras, entre ellas la tipografía, sujeta la levedad en el libro.

    Son los libros que Javier Zabala ilustra recorridos naturales que asemejan el estar mirando un bosque de pinos por la montaña, líneas prolongadas, troncos negros que emergen de un valle blanquísimo, formas que vibran colgadas una sobre otras, reunidas, aciculadas, pendientes de un viento que las mueva. Dice el poeta, “algo que yo no sé sabe la hoja que vibra en aquella rama”, y es cierto, la intuición es una forma de escuchar lo que no sabemos. Y Zabala escucha y muestra y erige desde la intuición. Toda imagen se mece silenciosamente frente al texto, no lo interrumpe, sino lo alarga, transformándolo en un bosque. Son libros ilustrados que se convierten en un collage de hojarasca melancólica, la silueta del negro. Negro de letras y negro de sombras, negro en la pluma y negro en la pupila; papel herido que se alivia con el aire blando del silencio, siempre el silencio: rama en penumbra que se mece en la mansedumbre.
    Se trata de la construcción desde la posibilidad del trazo, de la riqueza gráfica del accidente, muy cercana al azar, del diálogo equilibrado entre inmediatez y perspectiva, donde el a priori indica, pero el a posteriori  compone. De ahí que toda seña plástica superpuesta se allane al dibujo, porque aún en la oposición del material Zabala integra "el todo" bajo una estética permanente. Formas de una misma fenomenología. Siempre un intento de equilibrio bajo la intuición y el presentimiento.

    Tim Knowles, artista británico, sujeta esta fenomenología y construye otra forma de poema gráfico muy parecido al trabajo de Zabala, ambos obtienen una línea oscilante. Knowles ata varias plumas en diferentes ramas de un mismo árbol, que está expuesto al viento y distribuyendo, según su orientación compositiva, sobre un lienzo que se encuentra debajo de ellas, logra una serie de trazos que provienen del movimiento que las ramas han dejado por el viento. Las trazos de la brisa. La muestra visible de ese supuesto azar, certeza de esa pertenencia del equilibrio que nos rodea, el rasgo natural de todo lo que es.

    Así la construcción de las ilustraciones de Zabala se erigen literalmente como caligrafías que se esparcen a través del movimiento de su propio aliento, señas plásticas que se permiten visual y conceptualmente concatenarse a otros cuerpos, a otros recursos, es la intuición la que las recoge; líneas, color, recortes, trozos de papel, fragmentos, papel sobre papel, color sobre color, Zabala los reúnen para plasmar la metáfora de esta acumulación que es el tiempo: instante sobre instante. Formas intuitivas que se pertenecen a sí mismas y con las que se perciben otra idea del mundo.
Con Zabala nunca ha sido más evidente la idea de que el libro reúne al mundo y que este lo transforma. Ya que su discurso reúne y transfigura todo gesto, todo visaje. La línea se convierte en figura, la mancha en forma y el color en vestimenta, siempre conservando ese gesto, aún en sus volcados negros. Es memoria que vibra incesantemente, que recuerda la oposición del material, de las horas en el estudio y la huella de la mano. Así la impronta entonces, se vuelve unas veces hombre o otras animal, unas veces casa o otras árbol, se vuelve río y se vuelve mar y el negro se convierte en noche y la noche, bajo la pluma, se contrae en estrella diminuta para comenzar nuevamente como jeroglífico. El trazo ciego se vuelve mundo.

    Es además de toda su estética una adhesión a la voz poética, alargando el texto con su visión. Y si el escritor dice que “la estrella se ha apagado”, él arrostra su oquedad en una persona, si el poeta dice “una noche lejana”, él le pinta alas y la vuelve santidad. Es un trabajo que resignifica en la relación directa al acto de la lectura y la imagen, yuxtaponiendo a la voz, la otra voz de la ilustración que extiende la lectura.

    En esta vastedad de elementos, de valoración en el trabajo erigido desde la intuición, de escritura significativa, que Javier Zabala regresa al dibujo esa memoria de la posibilidad  donde el dibujo se torna poético. Es anverso franco de una idea sobre ilustración a la par del numinoso anverso que es la ejecución, caligrafía que sucede con toda sobriedad.
Mapas de tiempo, trozos de trazos que deja la mano, el pincel, la mirada, la voz. Pareciera como si cuando niño el ser, se mostrara así mismo en sus primeras dibujos pero con los ojos de un maestro antiguo que sabe escuchar.
Una obra por la que la tinta negra regresa al árbol de la hoja blanca y vibra con aquello que intuimos.

miércoles, 9 de junio de 2010

Ríos

 


El árbol crece sobre el lago del cielo.

viernes, 21 de mayo de 2010

océanos II





(mar soñando un mar)





viernes, 23 de abril de 2010

Traductores literarios.

El ilustrador es como el traductor literario, tendría que ser así. Transmutando al mundo. Como Cortázar  a Allan Poe, como Octavio Paz a Mallarmé, escuchas de la "voz callada que hay debajo de la letra".

Ilustrar para mirarla.

martes, 13 de abril de 2010

La composición en la ilustración.

Disponer las formas en la hoja como idea de tiempo y ralentizarlo para que continúe la escritura.
Así su pertenencia al libro.

Si acaso el estilo.

Posibilitar el carácter de la voz, no del estilo. En tal caso permitir sólo el estilo vivo, esa continua invención. Así, la voz es fecundidad del mundo.
Nada por inventar.

lunes, 15 de marzo de 2010

Ojos

 

La materia es tiempo.
Tiempo lentificado.
Dios ha querido mostrarnos el tiempo.


(si tuviéramos ojos).


jueves, 18 de febrero de 2010

Trazos

Buscarnos en el blanco del papel.

martes, 16 de febrero de 2010

Ventana

Lo incierto es esa diminuta ventana que nos muestra sólo una pequeña parte de un gran lugar, el resto lo creemos.
Es ahí donde florece la imaginación.

sábado, 13 de febrero de 2010

La vereda del libro álbum.

Kundera habla de las diferencias entre las veredas y las carreteras, una diferencia entre el mundo antiguo y el mundo moderno: el transitar y la prontitud.
En una, el andar se lleva y se dibuja dependiendo de la geografía del lugar, en la otra, el trazo irrumpe buscando la línea más corta entre un lugar y otro. La vereda lleva su tiempo y permite la contemplación, mientras la carretera pretende no demorar en absoluto concentrando rigurosamente toda mirada, de tal forma que el hombre se desvanece hasta que arriba al lugar, a diferencia de la vereda en la que el hombre nunca deja de percibirse.

Si, los caminos se han soslayado.  Trasladarnos ahora es tiempo perdido, es vida anulada.  El transcurrir se ha confundido con la tardanza y lo inmediato lo requiere todo.
Ese vértigo que atrae sin demora, vivir pronto, rápido, inmediato. Transitar las súpercarreteras. Hemos olvidado el tiempo que nos prolonga. Lacónicamente nos hemos vueltos tan prontos.

Entonces, la antigua lentitud del ser para andar.

En ello, el libro álbum debiera ser tan antiguo, porque en su naturaleza generadora arraiga al lector la necesidad de equilibrarse en esos espacios, con otros ritmos, con otros tiempos, con la belleza de la lentitud, a contraposición de lo cotidiano y su velocidad. El libro álbum es contrapeso cultural de la forma inmediata, es espacio siempre mediato, territorio oscilante, donde lentamente transcurrimos.
Entonces construir el enclave del libro álbum es trazar las geografías que permitan el tiempo dilatado, donde se pueda estar incesantemente: una lectura construyendo antigüedad.
El libro álbum debe ser ruptura del tiempo-inmediato para recuperar el tiempo-prolongado. Donde la idea de lo humano vuelva a ser vereda, donde nos opongamos a lo inmediato, "la extensa morada".
Por ello la necesidad del discurso profundo y contenedor, porque un libro álbum es morfología del andar. Y somos, los ilustradores, mitad de ello.

viernes, 12 de febrero de 2010

Color blanco

 


La voz del libro es la memoria perdida.



jueves, 11 de febrero de 2010

Memoria

  


Recordar. Del lat. Recordari, Re (de nuevo) y cordis (corazón). 
"Volver a pasar por el corazón".
1. tr Traer a la memoria algo.



Tan parecidos.

La nada.
Nosotros.
Los recuerdos.

Ahora sabemos que no existe el espacio, y que la materia en veces es onda y en otras partícula, por eso la percepción, por eso el recuerdo.
Entonces, ahora, con la noticia, entendernos como seres llenos de recuerdos nos alivia.

Entonces sí. 
El corazón sigue siendo origen de la razón y la memoria nuestra casa. 



 

jueves, 4 de febrero de 2010

Dibujo

 

 The Trustees, Kitagawa Utamaro


no existe el hombre,
no existe la mujer.
Solo el trazo de ellos.




El odenador y la ficción.


“Yo’’: una ficción de la que a lo sumo somos coautores.
Imre Kertész


I

La idea de trabajar directamente en un ordenador sin medios tangibles, además de presentar las cuestiones permanentes sobre el soporte de la obra o sobre la carencia de un original, termina por cuestionarnos indefectiblemente a nosotros mismos.
Como la irreductible duda que se plantea cuando el ordenador se apaga: ¿dónde quedamos?, ¿qué queda de uno mismo?, y ¿dónde está nuestro trabajo?.

El trabajo digital se construye en un espacio muy parecido al de la ficción, donde las imágenes figuran ilusorias y hasta cierto punto parecen no existir. Como cuando al terminar de contar una historia queda solo el recuerdo. El recuerdo en nuestra memoria: espacio de la imaginación.
Los artistas zen, siempre nostálgicos, contemplan y meditan observando. Después blanden el recuerdo sobre su lienzo.
Kitagawa Utamaro pensaba y recordaba mirando, volcaba en la ejecución de su lápiz el registro de la contemplación de la memoria, los registros eran interpretación del mundo y esa interpretación del mundo construían su pensamiento. Así, la mirada que medita sobre el mundo persiste, como una imagen que se vuelve  recuerdo.  Aún más, la imagen persiste y trasciende, y el recuerdo, entonces, nos piensa, nos inventa.
Un espacio ficticio que nos va construyendo, que nos va registrando bajo la luz del pensamiento, que nos permite urdir el recuerdo y la imaginación en un mismo lienzo. Mirada que devana la luz de lo que imaginamos.
Transfigurar los perceptos del mundo en invenciones a través de una ilustración digital, es justamente arraigar la mirada en todo lo que nos es cierto. El mundo se abstrae y se devuelve.


II

Todo se observa a través del diafragma del ojo sucediendo la mirada, como el monitor de un ordenador enhebra la imagen digitalizada de un mundo que sucede en la percepción de un ilustrador. Su reflexión debe transformar esos recursos en elementos inventivos, alejándose del del kitsch digital y separándose, como se separa la ficción y el pensamiento, del mero fingir.
Instrumentalizar así el trabajo, permite que lo digital ocurra a través del pensamiento.  Esta conceptualización debe destruir el paralogismo de que la ilustración digital es mera imitación.



 III

No hay nada tan ficticio como una ilustración digital, como su trazo sin impronta reproduciendo perceptualmente una impronta. Ficticio, como el Ukiyo-e  toma su pensamiento para construirse.
Precisamente esas construcciones son las que colocan el trabajo digital en los mismos espacios de la ficción, un hilo concreto de un mundo inasible; es el infinito hilo del artificio que enhebra la imaginación por el pensamiento. Trabajar con un ordenador es trabajar con la reflexión de la mirada, no con la luz, sino con el reflejo que incide en el ojo; mirando, enfocando, diafragmando el mundo, iluminando desde la memoria y el pensamiento.  No hay lienzo de algodón o de papel, no hay planitud, no hay registro del material, sólo una ventana que deja ver las figuraciones del pensamiento que se graban en un archivo digital.
Como la fotografía que guarda la luz, la memoria guarda la mirada y el ordenador guarda lo que imaginamos.  Es como dibujar con el halo de luz del barroco, alumbrando solamente lo que podemos ver en esta gran oscuridad:  ventana otra vez.

 


IV

Si.  Nos alejamos de la mesa en donde el cuerpo se instrumentaliza y prolonga su peso en el soporte proyectando su propio accidente plástico, pero nos acercamos directamente a la mirada que ejerce otro peso para abrir una gran ventana:  Fictio formarum, la formación del mundo a través de la luz.

Así pues, esta idea de no contacto, de no tangible, que es lo que desarraiga el trabajo digital, paradojicamente, es la misma naturaleza que le permite construir en los mismos espacios donde ocurre la imaginación y la fantasía, alumbrando nuestro posible.  Convirtiendo este gran “artefacto˝, el rígido ordenador, en la impronta de una imaginación flotante.

V



Efectivamente, el monitor es una gran ventana de lo posible.





domingo, 24 de enero de 2010

Conversación

Hoy tuve una platica con el elefante, y le preguntaba:
 – Lo dicho que conoce es una exhalación?
– si
– Y el silencio que imagina es una inhalación?
– si
Entonces le volví a preguntar:
– Y el pensamiento, qué es el pensamiento?
Sin dejar de mover su nariz contestó:
– El pensamiento es la respiración.

Si, el concepto es la respiración de nuestro trabajo.

miércoles, 20 de enero de 2010

Paisajes de Lanzarote

Parafraseando a Saramago:

"Quién lee, ¿para qué lee? ¿Para encontrar o para encontrarse? Cuando el lector asoma a la entrada del libro, ¿es para conocerlo o para conocerse en él? ¿Pretende que la lectura sea un viaje de descubridor por el mundo del libro, como tantas veces se ha dicho, o, incluso, sin querer confesarlo, sospecha que ella no será más que un simple pisar de nuevo sus propias y conocidas veredas? ¿No serán el libro y el lector como dos mapas de carreteras de regiones diferentes que, al sobreponerse, uno y otro convertidos en transparencia por la lectura, se limitan a coincidir algunas veces en trozos más o menos largos del camino, dejando inaccesibles y secretos espacios de comunicación por donde apenas circularán, sin compañía, el poeta en su poema y el lector en su lectura?". Sea pues la geografía de la ilustración, un hermoso paisaje en el que siempre andemos una y otra vez.

Cuadernos de Lanzarote
(1993-1995)
José Saramago

Silencios (la imagen)

Palabras de un mudo,
demiurgo,
sempiterno.
Siempre así.
Ilustrador de libros.