domingo, 27 de junio de 2010

El mundo es lo que pensamos.

Reflexión sobre el trabajo de Pablo Amargo.

Encontrar sentido a las cosas es un acto vital, indispensable, nos define, aunque siempre lleva un tono trágico, porque nos arroja al lugar de donde partimos en esa búsqueda: el silencio absoluto. Paradoja ilusoria como quien lee un libro.

Cuando se empieza a leer sucede un estado de excitación por la expectativa, muy parecida a la que le acontece a uno cuando ve un paisaje y de inmediato empieza a  andarlo, igualmente ocurre con un libro álbum, expectativa que se va transformando en fascinación conforme uno se va adentrando y el libro resulta bueno. Entonces, casi al final, esa fascinación se va transformando en una angustia que lo arroja a un enorme vacío al concluir la última página. Es como cuando uno voltea después de haber andado un paisaje y lo observa detrás de si. La gravedad de un punto final o de un camino dejado. Dice Edmond Jabès, “el punto final del libro es un ojo que no tiene párpados.”

El primer libro que conocí de Pablo Amargo me ocurrió de la misma  forma, la cubierta era un enorme punto final que estaba en un comienzo. La contundencia y profundidad de su imagen se desplegaba junto a una palabra, la monocromía trabajaba para acentuar el único color rojo, enseguida una figura se disponía a combatir a un corazón y posaba en guardia mientras discretamente una llave se prestaba para accionar el juego.
La imagen de un juguete de cuerda de un boxeador y la palabra “Los novios” armaban una especie de escultura dibujada muy legible y que disparaba ideas, lecturas de ideas sobre el amor. Fue entonces que una vez comprendido me sucedía en su trabajo, y  en cada libro, la fascinación por comenzarlo y la angustia al terminarlo. Siempre había que pensar en todo lo visto, aunque creo que algunos de ellos son libros que nunca se terminan de leer.  Creo que Pablo Amargo es un ilustrador que recorre perfectamente sus caminos pero que no los entrega, sino que busca los no andados y es justamente ahí donde construye sus imágenes. Parte fundamental del trabajo de Pablo Amargo es el silencio, el silencio en los blancos que observan y que permiten lo que hay que decir, esculpiendo sus figuras monolíticas sin fisuras que están cuestionando en silencio.

El lenguaje aforístico en Amargo es exacto, conforma vocablos plásticos, en su rigor, compromete la lectura, es inevitable no leer sus imágenes,  ésta escritura precisa, la que va dibujando sus figuras, y que, en el ácido de la lectura (pienso que un ácido es justo una lectura que deja impresión), graba en su piedra un pensamiento visible. Así, Amargo se presenta de tajo, sin concesiones y como roca exacta en la silueta de lo contundente, litografías de su pensamiento.
Su trabajo se desarrolla proponiendo soluciones cada vez más poderosas, en uno de sus últimos libros “El río que se secaba los jueves” sus ilustraciones plenas y profundas abarcan  un tono sobriamente fantástico y su último libro “Exportaciones Insólitas” además, extiende una lectura en las imágenes que son una especie de apuntes metafóricos muy poéticos, indudablemente son ilustraciones que habitan los posibles y que navegan la paradoja de este círculo, un tanto complicado, de discurrir siempre desde la nada.
Sus libros asumen el silencio que deja leerlos y en su posibilidad se convierten en sólo caminos que prestan un paisaje para andar, trazando nuestra figura del entendimiento.  Inician en la fascinación extremadamente silenciosa y tienden una urdimbre con el texto en un juego amargo que es fascinante, es como entender todo sin poder nombrarlo: nuevamente ese silencio.  Leer sus imágenes nos arrincona de tajo a la reflexión, una y otra vez, después de haber sido arrojados por el texto y por la propia imagen, quedamos siempre frente a él, un acto amargo de un recorrido sin lugar.

Amargo hace a veces ranuras, grietas, siluetas, formas de lo imaginable, siempre poderosas y siempre silenciosas, el negativo que queda de restar lo que no es, y en ese mínimo espacio se habitan inmensamente en una oscura limpieza, diría Ida Vitale, reduce el infinito. Como ojo de cerradura que guarda las posibilidades de la imaginación, siempre tras esa puerta de lo evidente y que juega mucho a la metáfora, un solo ojo que siempre está abierto y que remeda al punto final de un excelente texto. Nada más por decir, todo por pensarse

Lo sorprendente de sus imágenes es lo formación de su escritura, que transcribe de un sistema verbal a un sistema simbólico sin perturbaciones, abriendo siempre la posibilidad de un pensamiento, un gran trabajo que hace del acto de leer un acto creativo, posibilitando el libro a diferentes encuentros de lectura, garantizando lecturas inmediatas como lecturas profundas, no hay exclusividad en su trabajo.

Amargo intelectualiza las imágenes, no las intuye, reelabora una especie de ideograma que contiene las ideas, Chillida gráfico o Hokusai de líneas, inspecciona la naturaleza de las cosas para producir su representación, representación de la idea, no de objetos, la intención de la línea que se transforma en plano y el plano que se hace forma, la forma que es idea: la lluvia, las ondas de lluvia, el reflejo de las ondas de lluvia, el recuerdo del reflejo de las ondas de lluvia que se hace paraguas, existen en una sola imagen. Sólo así es posible “observar la música” de una feria por los que suben y bajan los caballitos, solo así es posible “leer el vuelo” de una paloma mensajera vuelta timbre postal o hacer que las vacas “caguen nostálgicamente” hojas de un árbol o hacer del corazón el gatillo que dispara al amor, qué de aquel recortable que hace del amor un tendedero. En fin, una escritura que extiende lecturas posibles en la exactitud de su dibujo-idea.
Para este nivel de trabajo, la economía de color genera una sobriedad indispensable que vuelve a insistir en un espacio creado a conciencia, también ello es un escrito, sin elementos de más, destinada a extremar la idea, sin distraer la lectura, permitiendo un juego perfecto de composición que  rige las posibles lecturas, dirigidas todas a encumbrar los acentos.
Lo más asumible, es que las ilustraciones de Pablo Amargo existen plenamente junto al texto, necesitan el texto para operar, lo que habla de ese vinculo inherente de una perfecta ilustración, pertenecen por necesidad al libro, obedecen y dirigen el concepto del libro, tejiéndose con los elementos para construir un solo suceso, claro que ellas mismas son fascinantes por sí solas, pero su funcionamiento pleno es frente al texto, reelaborando otra idea de libro álbum y clarificando sus posibilidades.

Pablo Amargo, con su comprometido apellido, también paradójico, es un artista de pleno pensamiento que elabora posibles caminos en cada ilustración, dispone formas por sus libros para arrojarnos al silencio frente a su obra (siempre al silencio), contempla al mundo y lo piensa.
Es la posibilidad de la ilustración como encuentros de recorridos, que  nos dejan en silencio imaginando esos sentidos que tanto necesitamos para volver a comenzar desde un punto final.

sábado, 19 de junio de 2010

Ideas de entrevista II

    – En ciertas ilustraciones hay mucho del blanco y del negro. ¿Por qué presentarlos de esta manera?

    Entiendo el color como las palabras y al negro lo entiendo como silencio, pero un silencio no dicho. Me gusta su presencia, el negro es el lugar de donde todo surge, el lugar que todo dice, donde se guarda todo y que, como en la penumbra, los colores se vuelven luz. El blanco sería por lo tanto otra sonoridad, sonoridad iluminada. Así el negro será lugar natural de los sueños, como la noche se presta a dibujar con un tono perfecto los deseos. Sí, el color de la imaginación siempre empieza en negro.  Yo muchas veces empiezo desde ahí, para que el color, como las palabras, se vuelvan luz, luz roja, luz amarilla, luz azul, colores que no solo tiñen sino que además generan un tono, construyendo la atmósfera. Ahora, la economía del color es indispensable para que sea eficaz esta escritura, la monocromía enfatiza los significados del color, una gama cromática que sirva de penumbra extrema el valor de un color significándolo y jerarquizando su uso, de ahí este uso que parte del negro.

    – ¿Cómo describiría su estilo generalmente?

    Sobre mi estilo he pensado en varias ocasiones y me resulta difícil definirlo, es evidente que me atraen muchas ideas estéticas y discursivas, por lo que mi estilo sería una especie de líneas de esa urdimbre que se va tejiendo permanentemente como lo es la memoria. Ahora, algo que me orienta mucho es el surrealismo, pero no el surrealismo del automatismo sino de la forma de acercarse a las realidades. Me gusta trabajar con lo incierto y las ausencias, hallando cierto sentido en los fragmentos de la realidad, no sé si sea admiración por ese realismo mágico de la literatura. También creo en la lectura como acto creativo y eso me ayuda mucho; trabajar en los bordes de la ilustración, por afuera, en lo que no se ve, donde la memoria y las realidades se juntan, en esos resquicios intento construir un lenguaje, un lenguaje muy escénico podría decir?

    – Sobre su trabajo seleccionado en Bologna 2008

    Se trata de una serie de ilustraciones para un libro que edito Anaya sobre un tema muy hermoso, el poder “mágico” de lo femenino. “A las buenas y a las malas”, son una antología de historias en las que aparecen personajes como brujas, hadas y princesas encantadas que juegan con la idea del poder de lo femenino. Mi idea de ilustrar estos cuentos fue la de establecer una apreciación muy personal de estas figuras, tanto en lo sublime, como en lo fantástico. Jugué mucho con estas formas.
La princesa encantada que es un vestido blanco en donde asoma el rostro de una luna, la hada madrina que viaja en una calabaza, la ambiciosa mujer que se oculta tras una máscara de cuervo o la bruja malhumorada que se vuelve casa y en la que se "esconde" tras su puerta. Los personajes intentan contrastar sus gestos, formas sólidas y otras que solo se sugieren, como ésta contradicción de lo humano, o el recurso de los sombreros, que aparece como un lenguaje escénico en donde se plasma la propia personalidad.
Hay muchos rasgos de juego que buscan esa intención de lo imaginativo, un juego de retablos inciertos que no concluyen sobre este poder atractivo de lo femenino, sino solo arrojan imágenes posibles sobre el texto.

    – ¿Cómo se inspiro?

    Me ayudo mucho un texto de Harold Bloom, “La invención de lo humano”, y aunque se centra en un autor en particular, describe los artificios que se han construido en la literatura como lo “humano” y lo “fantasioso” y crea un juego del espejo sin fin, en donde lo humano genera íconos visuales y éstos regresan a construir lo humano. La idea sencilla de jugar con elementos muy identificables.
 
    – ¿Qué mensaje quizo transmitir?

    Existe un intento de concepto que me gusta jugar en las imágenes, que me ayudan a construirlas, pero no tengo intención de que se entienda todo, me es suficiente en abastecer la primera lectura y prefiero pensar en las imágenes como esos mensajes que uno pone en una botella y los tira al mar, deseando que alguien los lea pero sin jamás tener la certeza de que así sucederá, como una promesa.  Ese es el mensaje justo que desearía existiera, la de ser un mensaje en la botella. Mera posibilidad.

    – ¿Cómo creó el carácter para los trabajos seleccionados?

    El carácter del proyecto es una consecuencia del propio texto, de su escritura, aunque también me ayuda el escribir ideas cortas sobre la historia, estas palabras que surgen empiezan a dirigir todo el concepto del proyecto, dan luz al tono y a sus rasgos, una especie de análisis de texto muy sui géneris, incluso se vuelven un esquema muy literal, es como obtener de las palabras su color poético para luego escribirlas en imágenes literales en donde la metáfora se vuelve fundamental para la construcción de ellas. De estos escritos obtengo el concepto.
Algo característico es su lenguaje escénico, desarrollo una especie de vestuario o atrezzo que da carácter a la estética de los personajes y que pretenden extender su historia. Lo demás es un recorrido en busca de vereda.

    – ¿Qué material, herramienta o técnicas utilizó?

    La mayoría de mi trabajo es digital, texturas, colores, dibujo, aunque a veces digitalizo alguna textura y retomo su estructura para crear una nueva o sencillamente para usarla. Curiosamente utilizo también las palabras, el proceso es algo muy parecido a un montaje de imágenes. La forma de trabajar es comenzar con las palabras, las escribo, las uso, las muevo, juego con ellas, esto siempre me ayuda a acercarme a los elementos, fotografías, textos, papeles, colores, todo es susceptible de uso.

    – ¿De sus trabajos, cuál fue el que le significó mayor trabajo y esfuerzo? ¿Por qué?

    Unos de los trabajos que más he desarrollado ha sido la serie de Llona, primeramente porque con ella rompí la forma en que antiguamente trabajaba y la forma en que me relacionaba con el trabajo, implicó inventarme y empezar a construir una idea sobre las ilustración y los libros.
Con ella llevé un trabajo sobre la idea del anhelo, donde la escritura me acercó a la parte personal de este concepto. Entendí lo que es para mi un anhelo y trabajé mucho los espacios como una escena en donde surgían accidentes que me llevaron a las formas, como encuentros afortunados, de ellos surgían cuestiones que tenía que resolver, una especie de diálogo propio que terminó en imágenes que no sabía dónde terminarían, pero que me llevo a la serie que terminé mucho tiempo después.

    – ¿Puede compartir con nosotros ideas sobre su trabajo "LLONA"? ¿Cuál es el significado del color rojo y de la luna?

    Llona, es un ser de pies pequeños, ligeros, tragedia para ser humano con un cuerpo que anda en la tierra, casi de rostro infantil, su mirada anhelante, siempre en busca, sin saber qué pero siempre en busca, en ese impulso del deseo que lo cubre todo, como ella, incendiándolo todo, como una noche roja en la que nos perdemos.
La serie consta de tres imágenes, en donde el juego del anhelos se desarrolla, en la primera, ella, vestida de deseo, se acerca, lo envuelve, le susurra y en un abrazo profundamente rojo, que lo arropa, como la vida, le guía, le hace enamorarse de la luna, lo pierde. Llona en una noche, en una noche roja mirando la luna, curiosamente sobre la Luna, una luna enorme que igual son los cuernos de un toro blanco, nunca sabremos. Mientras el reflejo de otra luna cuelga en su Mirada.
En la segunda imagen ella le ha dejado sus alas, alas inciertas que le hacen pensar en volar, dejar el piso, intentando navegar por la noche, recogiéndose furtiva, anunciando la madrugada.
En la tercera imagen, Llona vuela ágil o eso parece, como esos peces que le nadan el cuerpo y que lo visten de locura:inasibles. Su ropa se ha manchado de rojo, como si la noche fuera él mismo, mientras ella, huye eternamente en un caballo azul, quedando la madrugada y la mirada que nunca se acaba.
Una serie de imágenes sobre el anhelo, sobre esa parte platónica del deseo vehemente, siempre ilusorio, siempre vital al ser humano. El rojo es sangre, sangre que mueve, sangre que se vuelve fuego y que lo abraza todo, rojo que es luz y que es fuego, consumiéndolo, devorándolo, vistiéndolo. Alumbrando la noche.  Y la luna siempre en lo alto asomándose para impulsarnos, aunque sea una ilusión.
Hay muchas ideas vertidas, la luna, que en el solo acto de alumbrar puede volver lunático a cualquiera (muy parecido al amor), los peces como las figuras metafóricas de lo inasible, el rojo que es una idea de sangre-fuego, las alas, el negro que hace mover todo los elementos.
En sí el trabajo es una exploración sobre el anhelo, ideas que se disponen a manera de teatro en el que intento verme.

    – ¿De dónde consigue su inspiracion generalmente? ¿Qué película, libros o música disfruta?

    La inspiración me viene de los días, de creer en todo momento en la certeza del texto. Me gusta pensar que la vida es en todo momento ficción, hacer que todo se haga una realidad, texto y pensamiento.
No hay más realidad que la que uno pronuncie.
Lorca es uno de los escritores que más me ha inspirado, Marguerite Duras, Robert Walser. En cine, considero el mejor a Theo Angelopoulos, me gusta Pina Bausch. Me gusta mucho el teatro.
Y de música hay un grupo que siempre me hace encontrarme, es un disco de un grupo llamado Stoa, o por ejemplo la música de Eleni
No sé, me inspiran los días, la gente, las fotografías, por ejemplo, Diane Arbus se me hace interminable, en fin, soy muy susceptible a ser detonado.

    – ¿Estudió ilustración en alguna escuela?

    No, estudié escenografía en una escuela de teatro en México.

    – ¿Qué influencias tiene su trabajo? ¿tiene algún trabajo como ejemplo?

    Las influencias en mi trabajo son muy variadas, pero vienen más de ideas de escritores que de ilustradores, aunque admiro mucho el trabajo de grandes artistas como Wolf Erlbruch, Lisbeth Zwerger, Pablo Amargo, Narges Mohammadi, Carlos Alonso, maestros excepcionales.
Ahora, la influencia más ubicable para mi trabajo es un trabajo que hizo un poeta mexicano, Octavio Paz, con unas cajas y construcciones plásticas de su esposa, Marie José, “Figuras y Figuraciones”, éstas construcciones eran percepciones de conceptos visuales muy bizarras a las cuales Octavio Paz les escribió un texto tan profundo y esclarecedor como irónico. Transfiguró en la imaginación conceptos visuales a conceptos escritos, al revés de nosotros los ilustradores, sin embargo es un ejercicio de lectura sorprendente y la idea más motivadora de cómo ilustrar un libro: “Más que cosas para ser vistas, son alas para viajar, velas para vagar y divagar, espejos que atravesar”.
(imagen “Les Yeux de la Nuit”).
En cuanto gusto estético, tengo un gusto por muchos pintores, desde Chagall, Caravaggio, El Bosco, Brueghel, Goya, en fin, un sin fin de genios del arte.
Un ejemplos tácito es la serie de Llona, que intenta un movimiento muy chagaliano en la figura, o “Calabacina” que navega por el mundo del Bosco, no sé.

    – ¿Para el arte, para la vida o para la diversión, qué cosa  usted tiene gusto de intentar después?

    Me gustaría mucho concluir un proyecto de animación que tengo en planes, pero no estoy muy seguro. Y escribir, aunque nunca podría ser escritor, solo como camino para seguir encontrándome o por lo menos inventándome junto con mi trabajo. Y con algunas pequeñas esculturas tengo un pendiente durmiendo.



Entrevista para dpi Magazine 2008
por Sasha Weng.

miércoles, 16 de junio de 2010

Erigir desde la intuición

Reflexión sobre el trabajo de Javier Zabala.

  La forma en que crecen los árboles, enramando su caudal silencioso, enuncia un equilibrio continuo que a veces dejamos de percibir o que hemos olvidado, sin embargo esa perennidad que lo abraza todo es un vínculo con el inmenso orden que jamás se pierde; como un dibujo que se realiza en el cuerpo de aquello que, sin saber cómo, conocemos perfectamente. Como la tinta del artista que inunda el papel dibujando la forma que presentimos desde antes de que el pincel toque siquiera parte alguna del papel. Es el péndulo de la intuición, que sujeto siempre por el instante se balancea entre infinidad  de fuerzas, como un torno delicado que lo dibuja todo.
La perennidad nos abraza.

    Intuir es percibir, re-conocer algo, el dialogo permanente, entonces la instrumentalización de los lenguajes creativos como interlocutores de esa percepción del mundo, literalmente como traductores entre el lenguaje del ser y el lenguaje del universo, nos acercan y juegan a regresarnos, por un instante, al vasto universo, completando ese re-conocerse. Así, igual de maravilloso que es observar un árbol lo es también leer un libro ilustrado con plenitud, ambos nos hablan de aquel invisible mundo que nos dibuja. No es una exageración, es entender el valor del libro como axis mundi que nos acerca y nos define. Naturaleza tan propia y tan antigua como el libro mismo.

    Recuerdo el primer libro de Javier Zabala que conocí, El soldadito Salomón, recuerdo su alongado personaje, su enorme sombrero, recuerdo sus gatos sobrios, las líneas alargadas, los edificios volviéndose humo, los montajes francos y llenos de soltura, el mundo de trazos y trozos que se acomodaban con naturalidad, pero sobre todo recuerdo el mismo vaivén que tiene la hoja en la rama, como la de un pino, dibujando las ilustraciones. Un libro ilustrado desde la intuición, en el vaivén de la lectura como lo hace la rama.
    Zabala habita esta fluctuación dibujando las formas desde la intuición, dejándose llevar por la soltura, manteniendo ese vínculo directo con el movimiento y el presentimiento. Una relación que guía la mano en el trazo, que la suspende o la impulsa, la misma que hace que la tinta inunde como lo hacen los ríos en una planicie, encontrando vereda, sin rigidez. Sobre esa temporalidad navegan los elementos, encontrando plasticidad a cada gesto, instante a instante, con la calma con la que crece el cerezo, generando espacios apacibles en el libro, como arbolando la neblina del lienzo, sobre el sustantivo del blanco, intercambiando entre páginas el aire que libera y que hace respirar la lectura; mientras las formas negras, entre ellas la tipografía, sujeta la levedad en el libro.

    Son los libros que Javier Zabala ilustra recorridos naturales que asemejan el estar mirando un bosque de pinos por la montaña, líneas prolongadas, troncos negros que emergen de un valle blanquísimo, formas que vibran colgadas una sobre otras, reunidas, aciculadas, pendientes de un viento que las mueva. Dice el poeta, “algo que yo no sé sabe la hoja que vibra en aquella rama”, y es cierto, la intuición es una forma de escuchar lo que no sabemos. Y Zabala escucha y muestra y erige desde la intuición. Toda imagen se mece silenciosamente frente al texto, no lo interrumpe, sino lo alarga, transformándolo en un bosque. Son libros ilustrados que se convierten en un collage de hojarasca melancólica, la silueta del negro. Negro de letras y negro de sombras, negro en la pluma y negro en la pupila; papel herido que se alivia con el aire blando del silencio, siempre el silencio: rama en penumbra que se mece en la mansedumbre.
    Se trata de la construcción desde la posibilidad del trazo, de la riqueza gráfica del accidente, muy cercana al azar, del diálogo equilibrado entre inmediatez y perspectiva, donde el a priori indica, pero el a posteriori  compone. De ahí que toda seña plástica superpuesta se allane al dibujo, porque aún en la oposición del material Zabala integra "el todo" bajo una estética permanente. Formas de una misma fenomenología. Siempre un intento de equilibrio bajo la intuición y el presentimiento.

    Tim Knowles, artista británico, sujeta esta fenomenología y construye otra forma de poema gráfico muy parecido al trabajo de Zabala, ambos obtienen una línea oscilante. Knowles ata varias plumas en diferentes ramas de un mismo árbol, que está expuesto al viento y distribuyendo, según su orientación compositiva, sobre un lienzo que se encuentra debajo de ellas, logra una serie de trazos que provienen del movimiento que las ramas han dejado por el viento. Las trazos de la brisa. La muestra visible de ese supuesto azar, certeza de esa pertenencia del equilibrio que nos rodea, el rasgo natural de todo lo que es.

    Así la construcción de las ilustraciones de Zabala se erigen literalmente como caligrafías que se esparcen a través del movimiento de su propio aliento, señas plásticas que se permiten visual y conceptualmente concatenarse a otros cuerpos, a otros recursos, es la intuición la que las recoge; líneas, color, recortes, trozos de papel, fragmentos, papel sobre papel, color sobre color, Zabala los reúnen para plasmar la metáfora de esta acumulación que es el tiempo: instante sobre instante. Formas intuitivas que se pertenecen a sí mismas y con las que se perciben otra idea del mundo.
Con Zabala nunca ha sido más evidente la idea de que el libro reúne al mundo y que este lo transforma. Ya que su discurso reúne y transfigura todo gesto, todo visaje. La línea se convierte en figura, la mancha en forma y el color en vestimenta, siempre conservando ese gesto, aún en sus volcados negros. Es memoria que vibra incesantemente, que recuerda la oposición del material, de las horas en el estudio y la huella de la mano. Así la impronta entonces, se vuelve unas veces hombre o otras animal, unas veces casa o otras árbol, se vuelve río y se vuelve mar y el negro se convierte en noche y la noche, bajo la pluma, se contrae en estrella diminuta para comenzar nuevamente como jeroglífico. El trazo ciego se vuelve mundo.

    Es además de toda su estética una adhesión a la voz poética, alargando el texto con su visión. Y si el escritor dice que “la estrella se ha apagado”, él arrostra su oquedad en una persona, si el poeta dice “una noche lejana”, él le pinta alas y la vuelve santidad. Es un trabajo que resignifica en la relación directa al acto de la lectura y la imagen, yuxtaponiendo a la voz, la otra voz de la ilustración que extiende la lectura.

    En esta vastedad de elementos, de valoración en el trabajo erigido desde la intuición, de escritura significativa, que Javier Zabala regresa al dibujo esa memoria de la posibilidad  donde el dibujo se torna poético. Es anverso franco de una idea sobre ilustración a la par del numinoso anverso que es la ejecución, caligrafía que sucede con toda sobriedad.
Mapas de tiempo, trozos de trazos que deja la mano, el pincel, la mirada, la voz. Pareciera como si cuando niño el ser, se mostrara así mismo en sus primeras dibujos pero con los ojos de un maestro antiguo que sabe escuchar.
Una obra por la que la tinta negra regresa al árbol de la hoja blanca y vibra con aquello que intuimos.

miércoles, 9 de junio de 2010

Ríos

 


El árbol crece sobre el lago del cielo.