viernes, 31 de agosto de 2012

Fragmentario de la contemplación.

Aquí una charla que tuve ahora que presenté un taller en Macerata.

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FRAGMENTARIO DE LA CONTEMPLACIÓN.

I.  DE OTRO LUGAR
Siempre me ha parecido complicado hablar de uno mismo, decir con palabras a otros lo que uno piensa en silencio.

Cuando lo he intentado pareciera como si la idea se rompiera, quedando solo fragmentos, fragmentos de ideas, de imágenes, de historias. La sensación entonces de estar incompleto aparece más que nunca.
Intentaré aquí exponer algunas ideas, esperando que el hecho de que estén todas juntas, cobren una idea lógica o alguna coherencia al menos.

Comencé siendo ayudante en el estudio de mi hermana, hacía en todo y por partes, a veces daba color a sus dibujos, otras los transfería a papel Fabriano y alguna veces terminaba alguna línea. Yo, por supuesto no era ilustrador, era un intruso que, decepcionado por una relación de trabajo como escenógrafo, me encontraba a la deriva.


Así comencé hace catorce años en México, sin un sentido claro, por casualidad, como arrojado de otro lugar.
Ahora, después de todo, podría creer más bien que ocurrió con exactitud, comenzando con las pequeñas partes, en recorridos lentos y acotados. Como lo hacen los orfebres.

II. EXTRAVÍO
Cuando empecé a realizar mis primeras ilustraciones, empecé como lo hago ahora, sin saber bien cómo ni cual sería el resultado final, siempre a ciegas y hacia donde señalan las manos al dibujar, a veces con suerte y más de las veces hacia lo vano.
Desde el comienzo tuve la idea de que ilustrar era transformar, sustituir, y en ello ver solamente la parte extraña, incierta de aquello que se ilustra, como esa parte ambigua que somos. Quería inventarme una idea del mundo para mi, pero también jugar a ordenar las cosas como me gusta verlas.
El sostén de mi incipiente trabajo era el dibujo y el color, así que anduve esa primera vereda.
Dibujar se convirtió en la idea ciega que va palpando su propio rostro y nos da
un esbozo de aquello que imaginamos pero que no conocemos.
Así  mis primero trabajos golpearon siempre con la angustia de una pared de sombras, porque lo que yo intentaba solo arrojaba eso: sombras.

 “¿Qué hace un barco de papel rojo en el suelo?, ¿y esto?, ¿qué se supone que es?, y ahora una serpiente enroscada?; yo hablaba de risas y juegos, no de cosas extrañas”.
Claro, yo ilustraba presintiendo más bien, no ilustrando.
Pero la intuición es una vereda en donde no hay nada, el hallazgo de lo que siempre espera a ser encontrado.
Así que sin saber hacia dónde iba como ilustrador, todo me llevó a el lugar a donde debía haber llegado: al lugar de las alegorías. Esta es mi vehemencia.


Fui guidado por tres Carontes, fueron ellos los que me llevaron al otro lado, el primero fue Octavio Paz con su perfecta elocución de la palabra, después Pina Bausch y su densidad de lo cotidiano y el tercero Theo Angelopoulos con su poética infinita. Los tres un faro eterno que aún me sigue alumbrando. Es curioso porque en México, cuando alguien nace, se le llama también alumbrar. Así que alumbrado por ellos, aprendí que todas las cosas y objetos poseen un carácter mágico: oscilan como un imán con nuestra sola presencia.

Estudiaba teatro también y leía estudios sobre dirección escénica, desde Stanislavski hasta Eugenio Barba. Aquello que parecía un inconexo se convirtió en un puente para buscar la idea eje en mi trabajo como ilustrador.
Mi orfandad entonces fue cubierta con ideas escénicas y apreciaciones literarias.
Así, la inseguridad que me causaba haber transformado aquello que decía el texto, se convirtió en una constante que me posibilitó un camino totalmente abierto. Es esta la columna vertebral de mi trabajo: el uso de la metáfora y la estructura del concepto. Un juego para decir las cosas de otra forma.

Y aunque la ilusión de decir con estas ideas lo que yo miraba me llenaba de entusiasmo, como ilustrador sabía muy poco, casi nada , así que siendo yo un intruso, decidí estudiar con grandes maestros de la ilustración: Wolf Erlbruch, Kveta Pacovská, Lisbeth Zwerger, Pablo Amargo. Claro, ellos nunca lo supieron; y es que tampoco existieron clases con ellos, pero sus imágenes han persistido de tal forma en mis ojos que mis manos los recuerda a cada trazo.

La búsqueda poética y el sentido de lo incierto se convirtió en mi único interés de trabajo. Porque pienso que cuando hay faltantes, habrá lugar para nuestros interlocutores. Entonces como Segismundo, deje para siempre el universo de la certeza para estar inundado de interminables preguntas. Dice Pablo Amargo, en una especie de aliento, que “una buena ilustración depende de la cantidad de preguntas que uno se haga cuando esta trabajando”. Claro, hubiera deseado que mi trabajo respondiera a ello, pero deambuló más que dirigirse intentando encontrar todavía sentido. Así que los primeros años fueron bastante estrambóticos.

Después vinieron Lorca y sus dibujos magníficos, la claridad maestra de los ejercicios de Paz, la enseñanza sintáctica de Chema Madoz, la majestuosa levedad de Chillida, la exactitud de los poetas como Sabines, la fuerza de Carlos Alonso, los actos poéticos de Phillipe Menard o las ventanas infinitas de August Sanders.

Sin embargo las preguntas nunca terminaron, al contrario, aumentaban desproporcionalmente con el tiempo. Aparecían de manera incontrolada estando frente a la hoja en blanco apuntando sobre el uso de color, la técnica, el estilo, la línea, la densidad, la luz. Cuantas y tantas preguntas, solo las horas de trabajo aliviaban un poco estas angustias formales.
Sin embargo otras me siguieron a todas partes, más trágicas aún, porque lo hacen sin descanso y aún estando lejos de la mesa de trabajo. Preguntas que solo juegan a preguntar algo y que no tendrán nunca una respuesta cierta.

¿qué es un árbol?, ¿qué es una silla?, ¿qué es el corazón?, ¿y la soledad?, ¿o qué es el dolor?, ¿y el olvido?. ¿Qué es todo esto?
Acaso la piedra que se arroja al estanque formando miles de ondas sin fin que nos miran hipnóticamente.

III. LA PIEDRA
Hablando de piedras, me hacen pensar mucho, mi relación con ellas ha sido siempre insistente, al menos metafóricamente, más allá de la cabeza dura que poseo. He encontrado que el concepto es como una roca para cuando uno se pierde (por aquí), por eso siempre mantengo en el bolsillo tres de ellas, una dice ¿por qué?, otra ¿para qué? Y la tercera la uso para atar al libro y dejarlo balancearse como una metáfora.
Insistiendo en las rocas, también pienso que el estilo es una piedra a la cual vamos desbastando buscando la forma hasta disolverla en la nada, un recorrido que siempre esta en tránsito, como una espiral dentro de nosotros. Solo después de un recorrido queda el polvo que nos cubre.

Permítanme leerles una charla que tuvo una mujer poeta con una roca:
La poeta contaba: llamé a la puerta de una piedra y dije, soy yo, déjame entrar. Entonces la piedra contestó: No tengo puerta.

Es así, intentamos entrar en ese espacio que hay dentro de las cosas sabiendo que no tiene puerta y entonces inventamos un agujero como el de Alicia, para entrar y descubrir lo no descubierto, inventando otro mundo, nuestro propio mundo.

Dice Wittgenstein: “el mundo es todo lo que acontece, es la totalidad de los hechos, no de las cosas”
Así que ahora me he apropiado de todas las cosas que contemplo y he empezado a construir un mundo propio para ilustrar con él. Porque mirar es una forma de apropiarse del mundo.
Hurtamos cada objeto para devolverle otro significado: un pez que se vuelve corazón, el dolor como un árbol que crece en el pecho, el ruido volviéndose un enjambre de venas o las piedras que se vuelven ojos. Escenas fragmentadas que vamos interpretando.
Es como cuando encontramos una fotografía abandonada en la calle y con lo que vemos imaginamos o tratamos de imaginar su historia. Tantas preguntas quisiera tener como fotografías.
Sí, pertenecemos a una serie de fragmentos contados por otros. transcurrimos como pequeñas piedras que sueñan con el mundo, somos añicos de una gran roca que contempla y que termina con las manos vacías. Porque también la ilustración nos abandona dejándonos solo recuerdos de aquello que hicimos. Estos son los fragmentos de la contemplación.

IV. PAREIDOLIA
Ilustrar es la oportunidad de hilarse en “el mundo” junto con otros fragmentos que somos para formar el imaginario de nuestra creación. Es así como el fragmento intenta regresar al universo, entrelazándose. Nosotros nos entrelazamos en la ilustración.
Construimos los hilos que unen aquellas cosas separadas. Entonces todo cobra sentido. Michel Petit dice bien, el libro nos reúne.
La única frontera es el límite de la ilustración, donde nunca paramos de colisionar contra esa lontananza infinita que es la hoja en blanco, que unas veces nos tapa los ojos y nos hace soñar y otras veces nos hace huir despavoridos frente a ella.
Sí, la ilustración es una mancha que encuentra dirección, que encuentra una imagen perdida que teníamos extraviada. Porque todo aquello que vemos asomado en el techo de mampostería, en las arrugas de un papel, en la mancha que deja la tinta, en el rastro del pincel sobre un papel o en las formas de las nubes ya lo hemos visto antes dentro de nosotros, solo que con el tiempo se nos ha diluido.

V. FRAGMENTO
Ahora y después de algunos años, empiezo a ver con un poco, solo con un poco de claridad. La necesaria para que sea a donde mire todo cobre sentido. Ahora sé que el mundo es una gran metáfora.
Soy feliz imaginando ilustraciones, completando ese faltante para ser otro faltante.
Mi trabajo no explicará nada jamás, será solo un fragmento de historia bordado en otra historia, la figura que calla, la otra que mira, las escenas deshabitadas, insistentemente en el mismo espacio, jugando con los silencios, con los vacíos, con el gesto, con la mirada, con el poco color que queda. El deseo de ser  como esa fotografía de un desconocido que encontramos en la calle o como la nota de alguien que le falta la última parte. Un espacio compartido en el mundo incompleto para completarme.
Así ilustro, así me formo, de fragmentos, de cosas incompletas, ciertas o inventadas, reales o imaginadas, soñadas o recordadas, robadas o ingenuamente llamadas propias, de partes que se buscan, que intentan pertenecerse, fragmentos de historias que se dispersan y que quieren ser contadas.
Tal vez tenga la misma confusión con la que comencé, pero ciertamente ahora, tengo de cierto que contemplar el mundo desde un fragmento es mirarse por completo.