Aquí una charla que tuve ahora que presenté un taller en Macerata.
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FRAGMENTARIO DE LA
CONTEMPLACIÓN.
I.
DE OTRO LUGAR
Siempre me ha parecido complicado hablar
de uno mismo, decir con palabras a otros lo que uno piensa en silencio.
Cuando lo he intentado pareciera como si la
idea se rompiera, quedando solo fragmentos, fragmentos de ideas, de imágenes, de
historias. La sensación entonces de estar incompleto aparece más que nunca.
Intentaré aquí exponer algunas ideas,
esperando que el hecho de que estén todas juntas, cobren una idea lógica o alguna
coherencia al menos.
Comencé siendo ayudante en el estudio de
mi hermana, hacía en todo y por partes, a veces daba color a sus dibujos, otras
los transfería a papel Fabriano y alguna veces terminaba alguna línea. Yo, por
supuesto no era ilustrador, era un intruso que, decepcionado por una relación
de trabajo como escenógrafo, me encontraba a la deriva.
Así comencé hace catorce años en México, sin
un sentido claro, por casualidad, como arrojado de otro lugar.
Ahora, después de todo, podría creer más
bien que ocurrió con exactitud, comenzando con las pequeñas partes, en recorridos
lentos y acotados. Como lo hacen los orfebres.
II.
EXTRAVÍO
Cuando empecé a realizar mis primeras
ilustraciones, empecé como lo hago ahora, sin saber bien cómo ni cual sería el
resultado final, siempre a ciegas y hacia donde señalan las manos al dibujar, a
veces con suerte y más de las veces hacia lo vano.
Desde el comienzo tuve la idea de que
ilustrar era transformar, sustituir, y en ello ver solamente la parte extraña,
incierta de aquello que se ilustra, como esa parte ambigua que somos. Quería
inventarme una idea del mundo para mi, pero también jugar a ordenar las cosas
como me gusta verlas.
El sostén de mi incipiente trabajo era el
dibujo y el color, así que anduve esa primera vereda.
Dibujar se convirtió en la idea ciega que
va palpando su propio rostro y nos da
un esbozo de aquello que imaginamos pero
que no conocemos.
Así mis primero trabajos golpearon siempre con la
angustia de una pared de sombras, porque lo que yo intentaba solo arrojaba eso:
sombras.
“¿Qué
hace un barco de papel rojo en el suelo?, ¿y esto?, ¿qué se supone que es?, y
ahora una serpiente enroscada?; yo hablaba de risas y juegos, no de cosas
extrañas”.
Claro, yo ilustraba presintiendo más
bien, no ilustrando.
Pero la intuición es una vereda en donde
no hay nada, el hallazgo de lo que siempre espera a ser encontrado.
Así que sin saber hacia dónde iba como ilustrador,
todo me llevó a el lugar a donde debía haber llegado: al lugar de las alegorías.
Esta es mi vehemencia.
Fui guidado por tres Carontes, fueron
ellos los que me llevaron al otro lado, el primero fue Octavio Paz con su
perfecta elocución de la palabra, después Pina Bausch y su densidad de lo
cotidiano y el tercero Theo Angelopoulos con su poética infinita. Los tres un
faro eterno que aún me sigue alumbrando. Es curioso porque en México, cuando
alguien nace, se le llama también alumbrar. Así que alumbrado por ellos, aprendí
que todas las cosas y objetos poseen un carácter mágico: oscilan como un imán
con nuestra sola presencia.
Estudiaba teatro también y leía estudios
sobre dirección escénica, desde Stanislavski hasta Eugenio Barba. Aquello que parecía
un inconexo se convirtió en un puente para buscar la idea eje en mi trabajo como
ilustrador.
Mi orfandad entonces fue cubierta con
ideas escénicas y apreciaciones literarias.
Así, la inseguridad que me causaba haber
transformado aquello que decía el texto, se convirtió en una constante que me posibilitó
un camino totalmente abierto. Es esta la columna vertebral de mi trabajo: el
uso de la metáfora y la estructura del concepto. Un juego para decir las cosas
de otra forma.
Y aunque la ilusión de decir con estas
ideas lo que yo miraba me llenaba de entusiasmo, como ilustrador sabía muy
poco, casi nada , así que siendo yo un intruso, decidí estudiar con grandes
maestros de la ilustración: Wolf Erlbruch, Kveta Pacovská, Lisbeth Zwerger,
Pablo Amargo. Claro, ellos nunca lo supieron; y es que tampoco existieron clases
con ellos, pero sus imágenes han persistido de tal forma en mis ojos que mis
manos los recuerda a cada trazo.
La búsqueda poética y el sentido de lo
incierto se convirtió en mi único interés de trabajo. Porque pienso que cuando
hay faltantes, habrá lugar para nuestros interlocutores. Entonces como
Segismundo, deje para siempre el universo de la certeza para estar inundado de
interminables preguntas. Dice Pablo Amargo, en una especie de aliento, que “una
buena ilustración depende de la cantidad de preguntas que uno se haga cuando
esta trabajando”. Claro, hubiera deseado que mi trabajo respondiera a ello,
pero deambuló más que dirigirse intentando encontrar todavía sentido. Así que
los primeros años fueron bastante estrambóticos.
Después vinieron Lorca y sus dibujos
magníficos, la claridad maestra de los ejercicios de Paz, la enseñanza
sintáctica de Chema Madoz, la majestuosa levedad de Chillida, la exactitud de los
poetas como Sabines, la fuerza de Carlos Alonso, los actos poéticos de Phillipe
Menard o las ventanas infinitas de August Sanders.
Sin embargo las preguntas nunca terminaron,
al contrario, aumentaban desproporcionalmente con el tiempo. Aparecían de
manera incontrolada estando frente a la hoja en blanco apuntando sobre el uso
de color, la técnica, el estilo, la línea, la densidad, la luz. Cuantas y
tantas preguntas, solo las horas de trabajo aliviaban un poco estas angustias
formales.
Sin embargo otras me siguieron a todas
partes, más trágicas aún, porque lo hacen sin descanso y aún estando lejos de
la mesa de trabajo. Preguntas que solo juegan a preguntar algo y que no tendrán
nunca una respuesta cierta.
¿qué es un árbol?, ¿qué es una silla?,
¿qué es el corazón?, ¿y la soledad?, ¿o qué es el dolor?, ¿y el olvido?. ¿Qué
es todo esto?
Acaso la piedra que se arroja al estanque
formando miles de ondas sin fin que nos miran hipnóticamente.
III.
LA PIEDRA
Hablando de piedras, me hacen pensar
mucho, mi relación con ellas ha sido siempre insistente, al menos metafóricamente,
más allá de la cabeza dura que poseo. He encontrado que el concepto es como una
roca para cuando uno se pierde (por aquí), por eso siempre mantengo en el
bolsillo tres de ellas, una dice ¿por qué?, otra ¿para qué? Y la tercera la uso
para atar al libro y dejarlo balancearse como una metáfora.
Insistiendo en las rocas, también pienso
que el estilo es una piedra a la cual vamos desbastando buscando la forma hasta
disolverla en la nada, un recorrido que siempre esta en tránsito, como una
espiral dentro de nosotros. Solo después de un recorrido queda el polvo que nos
cubre.
Permítanme leerles una charla que tuvo
una mujer poeta con una roca:
La poeta contaba: llamé a la
puerta de una piedra y dije, soy yo, déjame entrar. Entonces la piedra
contestó: No tengo puerta.
Es así, intentamos entrar en ese espacio
que hay dentro de las cosas sabiendo que no tiene puerta y entonces inventamos un
agujero como el de Alicia, para entrar y descubrir lo no descubierto,
inventando otro mundo, nuestro propio mundo.
Dice Wittgenstein: “el mundo es todo lo
que acontece, es la totalidad de los hechos, no de las cosas”
Así que ahora me he apropiado de todas
las cosas que contemplo y he empezado a construir un mundo propio para ilustrar
con él. Porque mirar es una forma de apropiarse del mundo.
Hurtamos cada objeto para devolverle otro
significado: un pez que se vuelve corazón, el dolor como un árbol que crece en
el pecho, el ruido volviéndose un enjambre de venas o las piedras que se
vuelven ojos. Escenas fragmentadas que vamos interpretando.
Es como cuando encontramos una fotografía
abandonada en la calle y con lo que vemos imaginamos o tratamos de imaginar su
historia. Tantas preguntas quisiera tener como fotografías.
Sí, pertenecemos a una serie de
fragmentos contados por otros. transcurrimos
como pequeñas piedras que sueñan con el mundo, somos añicos de una gran roca que
contempla y que termina con las manos vacías. Porque también la ilustración nos
abandona dejándonos solo recuerdos de aquello que hicimos. Estos son los fragmentos
de la contemplación.
IV.
PAREIDOLIA
Ilustrar es la oportunidad de hilarse en “el
mundo” junto con otros fragmentos que somos para formar el imaginario de
nuestra creación. Es así como el fragmento intenta regresar al universo,
entrelazándose. Nosotros nos entrelazamos en la ilustración.
Construimos los hilos que unen aquellas
cosas separadas. Entonces todo cobra sentido. Michel Petit dice bien, el libro
nos reúne.
La única frontera es el límite de la
ilustración, donde nunca paramos de colisionar contra esa lontananza infinita que
es la hoja en blanco, que unas veces nos tapa los ojos y nos hace soñar y otras
veces nos hace huir despavoridos frente a ella.
Sí, la ilustración es una mancha que encuentra
dirección, que encuentra una imagen perdida que teníamos extraviada. Porque todo
aquello que vemos asomado en el techo de mampostería, en las arrugas de un
papel, en la mancha que deja la tinta, en el rastro del pincel sobre un papel o
en las formas de las nubes ya lo hemos visto antes dentro de nosotros, solo que
con el tiempo se nos ha diluido.
V.
FRAGMENTO
Ahora y después de algunos años, empiezo
a ver con un poco, solo con un poco de claridad. La necesaria para que sea a
donde mire todo cobre sentido. Ahora sé que el mundo es una gran metáfora.
Soy feliz imaginando ilustraciones, completando
ese faltante para ser otro faltante.
Mi trabajo no explicará nada jamás, será
solo un fragmento de historia bordado en otra historia, la figura que calla, la
otra que mira, las escenas deshabitadas, insistentemente en el mismo espacio, jugando
con los silencios, con los vacíos, con el gesto, con la mirada, con el poco
color que queda. El deseo de ser como
esa fotografía de un desconocido que encontramos en la calle o como la nota de
alguien que le falta la última parte. Un espacio compartido en el mundo
incompleto para completarme.
Así ilustro, así me formo, de fragmentos,
de cosas incompletas, ciertas o inventadas, reales o imaginadas, soñadas o
recordadas, robadas o ingenuamente llamadas propias, de partes que se buscan,
que intentan pertenecerse, fragmentos de historias que se dispersan y que
quieren ser contadas.
Tal vez tenga la misma confusión con la
que comencé, pero ciertamente ahora, tengo de cierto que contemplar el mundo
desde un fragmento es mirarse por completo.