lunes, 14 de abril de 2008

árbol negro

"Que el vivir es solo soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar."

Calderón de la Barca


Desde la primera vez que lo leí me dejó una sensación de extrañeza, la misma sensación que regresa a mi cada vez que apago el ordenador (maldita sea). Por hoy pienso irme a dormir y dejar de dibujar árboles para esta ilustración. Dejo el libro que leo entre momentos y espero a que se apague el monitor.

Los escritores deben ser unos locos que nunca duermen. Estarán tras una ventana, sin poder dormir, mirándolo todo. (Y los editores deben dormir teniendo pesadillas).

Me pregunto si alguien soñará ahora.
¿Qué soñará?
¿Sólo dormirá?

Veo la ventana al fondo de la habitación. Es enorme.

Cuando al fin se apaga el ordenador todo queda en penumbra. La luz que había se vuelve oscuridad, la misma oscuridad por donde entra la madrugada.

Una luz entra, mis pies se iluminan.

Descalzo, a tientas, me levanto de la silla, me acerco a la ventana y veo el cielo, parece como si le hubiesen herido y llorara el aire.
Todo está bajo este cielo tan extraño. Todo está en silencio, como un mar sin nadie.

Entonces veo con claridad, los edificios se siguen, uno tras otro, se amontonan frente a esta ventana como los barcos se amontonan en el desguace esperando la muerte, ¿qué esperarán estos edificios?, ¿qué hace este mar aquí? (eso le dije hoy a ella). En medio de ellos, un árbol se va tejiendo, quieto, como un incendio que en silencio va cubriéndolo todo, manchándolo todo, "la sangre negra de un árbol".

Me pierdo.

Los edificios son proas enormes de barcos que esperan (ahora pienso).

Volteo y veo la mesa de madera en la que se queda el ordenador. Parece un árbol negro. Y en silencio, frente a él, me pregunto si habrá quedado guardado el archivo de forma adecuada en el disco duro. Aunque también me pregunto si existe siquiera el archivo.

¿Existe mi ilustración?
¿Qué es una ilustración digital?
¿Un archivo electrónico?
¿Kilobytes?
¿Información digital?
Una vez leí que estaban investigando si la información tiene peso, si pesa. ¿Pesarán los recuerdos?

Veo las estrellas.
Veo su luz de hace más de doce años. No las veo a ellas, solo esa luz que ha viajado más de doce años hasta mis ojos.
¿Qué hacía a los veintitrés? Seguramente veía una ventana y me preguntaba a dónde irían los sueños ¿Será así en otros doce años?

Nadie observa. Todos duermen. Parece que nada existiera. Todo se desvanece. Solo quedan los recuerdos; una ventana, ese árbol negro y las proas de esos barcos.

Sí, somos la sombra de un árbol negro entre cientos de barcos, esperando.

Ahora todo me es extraño, incluso mis pies. Mirándolos pienso en que tendría que hacer un respaldo del disco duro mañana. Respaldar el trabajo, me digo.

Y me imagino por un instante si se me perdieran las ilustraciones, si por alguna razón, al encender el ordenador, no aparecieran.
¡Dios!, ¿qué diría?

- Este, este..., perdona Ángel. No sé que pasó, ¡¡te lo juro!! Simplemente desapareció el trabajo. Ya no está. ¿Cómo?, no, no, te juro que digo la verdad. ¡Es cierto!, el ordenador está encendido, estoy seguro.
¿Has escuchado hablar de la luz de las estrellas?, no las vemos pero existen. Claro, vemos su luz, pero una luz que hace años no es de ellas. Yo recuerdo mis ilustraciones, ¿quieres que te las platique?
- En serio, tenía todo el proyecto resuelto pero, no sé, simplemente ya no está; igual en doce años pueda entregarte. No, no es broma, te lo juro. Ya, perdona. Es que no sé, no sé cuando podría entregar. ¡Dios! no sé que voy hacer. Está bien, lo siento.

Me recorre una angustia interminable.
Me cuesta trabajo salir de esta idea y me invade esa extrañeza de siempre. Simplemente me quedo frente a esta ventana, en la penumbra, sin poder notar la diferencia entre barcos y edificios; sin tener la seguridad, siquiera, de que ese árbol es un árbol.

Definitivamente no habría forma de demostrar que existen esas ilustraciones si se perdiesen en el disco duro. Y no habría diferencia entonces entre haber trabajado durante tres meses sobre ellas y el no haberlo hecho; y haber andado por ahí, caminando o sentado en un parque, mirando los árboles o soñando que dibujaba árboles. Salvo que tendría todos esos recuerdos que quedan cuando uno recuerda algo.
Yo las recuerdo ahora que el ordenador está apagado. Las tengo en mi memoria. Si cierro los ojos las veo claramente, aunque igual, ahora mismo puedo recordar otro árbol que nunca he dibujado. En tal caso, ¿aceptarían mis recuerdos como ilustraciones?

Dicen que somos nuestros recuerdos, que somos hechos de la misma materia con la que se hacen los sueños. Somos solo recuerdos soñados, imaginados, no más. ¿Y la vida?, ¿y mis ilustraciones?

¿Cuánto pesaré cuando sueñe?

Cuando Segismundo queda en la torre y despierta en completa oscuridad parece, por un momento, confundirlo todo. Parece incluso un sueño él mismo. Yo lo imagino con los brazos abiertos y cerrando los ojos: ¿Qué es la vida?, se pregunta; Una ilusión, una sombra, una ficción.

¡Dios! Ángel me va a matar. Será mejor que haga un respaldo ahora mismo. ¿Qué importa si los edificios parecen barcos o los barcos parecen edificios anclados? o ¿ese árbol, o lo que parece un árbol, está en medio de inmensas proas?

¡Puta!, tengo treinta y cinco años y ni siquiera tengo la certeza de saber qué es un árbol cuando miro lo que parece un árbol, y aunque fueran mil, jamás tendría la certeza. Parece todo una ilusión, una ficción. Mi trabajo, mis ilustraciones, los libros, este ordenador, la mesa, los días, la noche, los barcos, los árboles; todo es una ficción.
Personajes frente a una enorme ventana, en un cuarto de esta ciudad.

Volteo y el ordenador sigue en la mesa, solo, imperturbable, silencioso. La mesa parece de hollín. Solo hay una gerbera marchitándose en un vaso. No hay nada más. Ni un dibujo, ni un color, ni un lápiz, ni siquiera las palabras que leí en el libro. Nada. Solo yo, observando.

En la silla, por alguna razón, sigue el libro. Leo, "La vida es sueño".

Sigo observando. Entonces, desisto de todo y me voy a la cama.

Sé que nunca me dejará esta sensación de extrañeza que tengo al apagar el ordenador, de no estar seguro de que exista mi trabajo.
De tener siempre esta idea de haberlo soñado.
De que nunca existió este día.
De que no existe ilustración alguna que lleve un árbol.
De que no hay dibujos de barcos y de edificios.
De no tener siquiera la seguridad de que, el ordenador, encienda cada mañana.

Igual Segismundo está entre esos barcos, mirándome, haciéndome señas con sus brazos, observándome. O tal vez ahora que duerma, sueñe que me convierta en un árbol en medio de estos edificios. No sé.

Cierro los ojos.

Los barcos siguen en mi mente. Los veo. Están ahí (¿los imagino o los recuerdo?). Barcos anclados. Barcos de piedra. Entonces abro mis ojos y, enhiestos, me ven.

Me recuesto en la cama.

Mi cuerpo se hunde y mi cabeza flota en la almohada. Abro los brazos y miro el techo (dijo Saramago que era Dios). Le sonrío y cierro los ojos. Escucho los latidos tenues que hay en mi pecho y lo veo.
En la mesa el ordenador, imperturbable, desaparece.
Mientras, sobre un árbol, alguien me dibuja un barco.

Eso creo soñar.



Se hace día.