lunes, 5 de octubre de 2009

Sobre océanos

Cada vez que miro a algún niño o alguna niña sola,
mirando al vacío, sin hablar, quieto y en silencio,
quedo tan mudo y prolongado como un abismo,
un abismo interior que se desborda.
Entonces imagino lo que calla.
Un océano de noche.




Recuerdo ese principio físico que dice que un vacío siempre será inundado por algún cuerpo, creo yo, incluso, sea ese cuerpo, otro vacío. Y precisamente hace tiempo, observando algunas ilustraciones que tenían la coincidencia de tener como figura principal a niños mirando en silencio (no porque me lo hubieran solicitado sino porque yo terminaba siempre en la misma imagen), me hicieron reflexionar sobre esa impresión que uno le sucede cuando observa a alguien que tiene la mirada “perdida”, allí el juego de dejarme inundar por la imaginación planteó la posibilidad.


La idea de una ilustración anclada en la propuesta figurativa de un dibujo realista, a veces es como una gran roca, de la cual es difícil encontrar oquedad alguna en dónde depositar el concepto.
El reto de hallar el espacio en dónde habite el concepto, y aún más, que el concepto del ilustrador, pueda inundar lo que ya está dicho, es nuestro acto supremo como paráfrasis con el que enfrentamos un texto. El discurso del ilustrador, por lo tanto, tiene que buscar la forma de inundar todo cuerpo estético. Esto sostiene cada ilustración. El ejercicio de imaginar lo que dice la mirada al vacío, lo que se dice en silencio: La paráfrasis.

Una técnica bien ejecutada en la imagen siempre sirve para soportar cualquier ilustración, pero además debe haberse desarrollado toda una significación para desplegar las lecturas. Es ese llano en donde uno hace semántica de los elementos visuales, los colores, las texturas, los objetos, las miradas (para mi, la escena de la ilustración). El signo estético realista de lo figurativo no supone, entonces, una limitación, como la roca a la ola tampoco lo hace, y justamente este proceso será el comienzo para delinear el trabajo empujando (moldeando) la estética figurativa.

Mi problema, siendo ilustrador que intenta dirigirse hacia soluciones más expresivas, es que encontraba en esa serie una apariencia de no caber nada más que la armonía de las figuras, creía que me allanaba en el mero logro de la técnica, que terminaba con escenas efectistas, además de que varias de ellas pendían cada vez más de los hilos del realismo, asunto muy conflictivo para mi. Sin embargo, estos eventos, los de los niños en silencio y los de imaginarme lo que dicen, me han enseñado cómo el silencio es una marea que emana del pensamiento y que puede inundarlo todo. Entonces los significados de cada elemento que construyen la ilustración habrán sido permeados por el concepto, un simbolismo en estratos. Y es que la imagen realista de una ilustración debe ser una roca empujada por el oleaje de un pensamiento, debe transminarse por sus elementos, rezumarla. El rumor del mar en la noche.
Es verdad que mi intento en estas ilustraciones por alejarse de los rasgo tan realista no prosperó y aunque siempre intenté estilizar la figura para trasformar la ilustración a través de algunas líneas expresivas y registros sueltos jamás lo logré, también reconozco que esa incapacidad observada en un momento justo e imaginativo, me ha permitido indagar en la metáfora y utilizarla como esa marea del pensamiento. Así que creo ahora (siempre a posteriori) que este trabajo corre por esos espacios.
Entonces concluyo: toda la realidad inmediata e imaginada será un lugar llano mientras no sepa a dónde ir con las manos. Ahí, esa oquedad estará siempre enterrada en espera de habitarla, hasta que aprendamos a inundarla.
Es verdad, además de trabajar en la ficción de lo digital, tengo su ventaja, y la técnica será mi piedra en dónde estar hasta que pueda desbastarla completamente. La fatalidad es que siempre he querido mirar hacia otros lados. Sin embargo, ya no me importa.
Ahora pienso en que las rocas pueden transformarse de otra forma: inundándolas, y que sus silencios deben emprenderse para imaginarlos.

Y a este tiempo en que varias entregas con varios editores me han hecho verlas juntas y que pretendo, además, conocer mi trabajo en la reflexión, dilucido sobre su construcción y entiendo que el simbolismo es una forma de inundar y que la metáfora es una forma de profundizar.
Es entonces que observo esa posibilidad de ceñir el concepto al borde de lo llano de cualquier estética para que la idea sea cal húmeda. Lo llano de una buena técnica y de un dibujo logrado, que en términos plásticos convierte la apariencia en un cuerpo duro, significa oquedad. Y hay que empujarlo hasta cubrirlo todo. Queda siempre el universo de significar los elementos.
Hacer arena de la roca. Un dibujo de “paisaje” que se adentra en la mirada.
Delinear siempre las imágenes como las olas hasta trasminarlas, nombrar sus cometidos simbólicos, empujarlas a la oración del concepto, cada elemento pensado formará la escritura. Es cierto, lo figurativo está rodeado de un inmenso océano que nos mira y nos escucha, nosotros andamos sus límites. La nada mirando a la nada.
Construir dentro de la oquedad de la imagen. Ese es el espacio que hay que inundar, que escribir siempre que uno ilustra.
La ilustración, además de su primera lectura, debe desbastar los límites del texto inundándolo todo, sea cual fuera su estilo plástico.
El trabajo, así, permitirá la estancia del lector y el libro podrá abismarse ante la mirada, ante la lectura y tal vez prolongarla. El hecho de significar imágenes (tal como un acto semántico en donde uno significa, dice, nombra), permitirá delinear la ilustración, sesgando el cuerpo sólido de la técnica.
En la imagen hay una vastedad dispuesta a decirse. Un hueco dentro de otro hueco dibujando una silueta, la forma de un abismo dentro de un cuerpo parecido al de un niño mirando al vacío.


Sobre las imágenes de abajo tituladas en serie: Océanos