Cuando empecé a ilustrar, entender la presencia de las escaleras en las imágenes fue un motivo de trabajo. Siempre en todo, desde la sinfonía natural hasta la historia si fin. La idea de la escalera permanecía constante, siempre presente en mis ilustraciones.
Era la necesidad de entender hacia dónde iba y para qué estaba. Una figura ciega.
Entonces conocí el trabajo de Troshinsky, y ahí estaba, de pie, apoyada en la nada y llevando a la nada, mientras un viento soplaba sin decir nada. La ilustración.
La idea misteriosa de su permanencia había sido descifrada.
Días después, prometí no volver a dibujarla. Para qué, si ya todo estaba dicho. Una vez subida, arrrojarla.
Desde entonces solo la imagino.